En los días siguientes a la elección presidencial han circulado, por medios electrónicos, varios mensajes reprochándole con saña al presidente Saca los muchos y graves errores que, a juicio de los autores —anónimos en la mayoría de los casos—, ocasionaron la derrota electoral de ARENA. Además del tono apocalíptico con el que se refieren al fin de la dinastía arenera, los reclamos que se le hacen al presidente galopan como demonios alborotados tras un exorcismo exitoso.
Lo curioso es que la mayoría de los que hoy se sienten agraviados y hasta traicionados no tuvieron la entereza para decir oportunamente todo lo que ahora están diciendo. No quisieron exponerse. Solo unos pocos columnistas, con conocimiento mucho más limitado de las intimidades de los círculos de poder, advertimos públicamente sobre arbitrariedades y posibles hechos de corrupción. Ya en la coyuntura preelectoral, algunos areneros denunciaron la manipulación del proceso de selección de candidatos, pero sobran los dedos de las manos para contarlos.
Traigo esto a cuenta no para restregar el dedo en una dolorosa llaga, sino para extraer lecciones, no solo para ARENA, también para otros partidos, particularmente para el nuevo partido de gobierno. La crítica, aunque sea bien intencionada, rara vez es bien recibida por los que detentan posiciones de poder; sin embargo, es un antídoto muy necesario para evitar que broten del poder las prolíficas células cancerosas que, tarde o temprano, habrán de destruirlo.
El primero que debe tomar la amarga lección que deja el gobierno de Tony Saca es el nuevo presidente. Talvez más importante que la selección de las personas que ocuparán los cargos más visibles en su equipo de gobierno es la selección del grupo de máxima confianza que estará cerca de él todos los días en la casa presidencial. Esos colaboradores tienen un perfil público bajo, pero llegan a tener mucho poder para conceder o negar acceso al presidente; para llamar o distraer su atención sobre determinados problemas; para facilitarle o dificultarle que atienda críticas y sugerencias sobre su gestión.
El presidente debe tomar con mucha reserva el consejo de los oportunistas y aduladores que siempre se las arreglan para conseguir asiento preferencial en los círculos de poder. Debe rodearse de personas con intelecto igual o superior al suyo; gente franca, honesta y con personalidad para expresar puntos de vista diferentes que lo inciten a pensar, con amplitud de criterio técnico y político, las decisiones más importantes.
Pero la experiencia de los areneros que hoy se sienten defraudados debe ser tomada muy en cuenta también por los simpatizantes del FMLN. Mal servicio le harían a su partido y al presidente si se autocensuran, si reaccionan defensivamente a los señalamientos provenientes de sectores ajenos o adversos al gobierno. Durante la campaña electoral muchos simpatizantes del FMLN y de Mauricio Funes exhibieron ese tipo de actitudes, algunos con bastante intolerancia y agresividad. Una cosa es defenderse de críticas injustas o malintencionadas y otra muy diferente es rechazar indiscriminadamente cualquier observación de errores o aspectos negativos.
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