La semana pasada me encontré casualmente con un diputado del FMLN que tiene las credenciales bien ganadas de ser el más férreo opositor del gobierno y del modelo económico. Al comentar rápidamente la situación económica mundial y sus implicaciones en el país, le insinué que su partido tenía en esta coyuntura una oportunidad de oro. Podía dar muestras de que le estaba apostando a El Salvador flexibilizando sus posiciones y sumándose a un esfuerzo nacional para enfrentar la situación, lo cual podría sumarle votos. Murmuró que la sugerencia era interesante, pero dejó entrever que le “valía”.
Ese encuentro ocurrió el mismo día en que El Diario de Hoy publicó los resultados de una encuesta que levantaron ampollas a medio mundo, mientras seguramente a los señores del Frente los contagiaba una alegría, cuya dimensión probablemente superaba la cresta de la ola causada por la recesión mundial y la crisis de alimentos. Lo primero lo puedo inferir de la cara de susto que vi en muchos conocidos durante el día, mientras que lo segundo me lo insinuó la sonrisa de oreja a oreja que mantuvo mi amigo —aclaro que la ideología no me hace enemigo de nadie— mientras le insistía en lo delicado del panorama nacional.
La referida encuesta y la que empezó a divulgar el día siguiente LPG, con resultados bastante coincidentes en muchos aspectos —pero donde destaca la clara ventaja del candidato del FMLN sobre el de ARENA— han dado paso a un torrente de opiniones de entendidos en estos temas. Quizás una mayor aproximación a los resultados de 2009 no debiera omitir consideraciones acerca de las opciones que presentarán los candidatos para enfrentar el complicado panorama mundial, uno aprovechando lo que puede ofrecer ya el gobierno y el otro echándole la culpa al partido en el poder por todas nuestras desventuras. Aunque personalmente nunca he creído en las ofertas de campaña, pienso que esto complicará las cosas.
Por una parte, lo más probable es que el gobierno, a pesar de las penurias fiscales, se vuelva cada vez más generoso, acudiendo a todo tipo de recursos —apegado o no a derecho—, para intentar convencer a la ciudadanía de que ARENA sí es capaz de enfrentar la situación con cierta solvencia. El brazo social se levantará cada vez con más vigor, no importa que su sucesor encuentre a un Estado en bancarrota. Los subsidios, los aumentos salariales sin sustento técnico y todo tipo de prebendas y concesiones estarán a la orden del día.
Por otra, el FMLN, ya engolosinado por los resultados de las primeras encuestas, seguramente hará hasta lo indecible para arruinarle el festín al gobierno, persuadido de que mientras más descontento social se produzca, más garantías tendrá de acceder al poder. En este caso, aun con la ayuda de Chávez, tampoco importará que el caos gestado en la pobreza torne pírrica una victoria que, en otras circunstancias, podría despertar nuevas esperanzas a la población.
En el mejor de los casos, el populismo emergerá con gran fuerza y nuevamente la cultura del miedo asentará sus posaderas sobre los hombros de los menos afortunados, así sea a costa del mismo sistema.
Confieso que no es muy reconfortante imaginar tal escenario. Pero con la miopía que hemos vivido todos estos años —pensando que la democracia es sinónimo de elecciones, que la prosperidad se mide por el número de celulares y vehículos circulando por las calles en ruinas o que la pobreza se combate con migajas— no hay margen para mucho optimismo. Es más, podríamos estar en el umbral de una especie de subversión gestada en las mismas entrañas de la incipiente democracia y de un sistema económico política y socialmente correcto, pero que ha sido mal administrado. Sin duda, nunca un pacto de nación fue más necesario.
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