Cambia la Administración. Más aún: cambia el sujeto histórico que se hace cargo de la Administración. Y todavía más: cambian las formas y los contenidos de la Administración. Los dos primeros hechos son eso: hechos. Lo tercero es, por el momento, sólo posibilidad. Por vez primera en América Latina, una guerrilla que firmó un Acuerdo de Paz y que se transformó en partido político legal ha llegado al poder por la vía de la competencia democrática. Por primera vez en El Salvador, la izquierda legalizada y sin mediaciones tiene el encargo de la conducción nacional. Son acontecimientos novedosos, que se dan en un tiempo de muy complicadas novedades. Y lo único que podemos asegurar es que, a partir de este trance, nuestra realidad política será diferente, porque tendrá una experiencia sin precedentes, históricamente marcadora y demarcadora.
Hay muchas ansiedades en circulación, aunque el catastrofismo de la retórica de campaña haya quedado atrás. Al estilo tradicional, ninguno de los competidores logró, durante la campaña, estructurar una oferta debidamente ordenada en su sustancia y en sus tiempos de ejecución. Llegamos a la elección con promontorios de propuestas. Hoy, cuando ya hay Presidente a punto de tomar posesión y partido gobernante a las puertas, habrá que hacer clarificaciones apremiantes. Tanto el nuevo Presidente como el partido que lo llevó al puesto deben integrarse en una dinámica común, bajo un criterio que es inevitable para cualquiera que esté en las mismas condiciones: el criterio de realidad. En la oposición, los partidos pueden ser cómodamente “principistas”; en el gobierno, el que asume en serio la responsabilidad de gobernar tiene que volverse pragmático.
El hecho de que sea la primera vez que la izquierda gobierne le agrega presión al partido que la abandera. Y no es tanto la presión que pueda venir de los adversarios políticos o de los intereses en juego, sean económicos o sociales: la principal presión viene del imperativo de funcionar comparativamente mejor que sus antecesores, que ahora pasan a ser oposición. Porque en la democracia lo que se espera o debería esperarse es que el que llega –independientemente de su línea ideológica– funcione mejor que el que estuvo, y así sucesivamente. Esa es la virtud inspiradora de la alternancia, que se suma a su natural virtud depuradora.
En ese sentido, a la nueva Administración y al partido de gobierno les viene una prueba de alta intensidad, de la cual desde luego esperamos que salgan airosos, para bien de todos: una prueba que va más allá de los proyectos concretos en áreas específicas, que por supuesto también son de mucha importancia. La prueba a la que nos referimos podría sintetizarse en tres puntos claves: HONRADEZ INSTITUCIONAL, SENSATEZ POLÍTICA Y EFECTIVIDAD SOCIAL, así, puestas en mayúsculas, para subrayar su carácter decisivo.
En lo que toca a la honradez, la ejemplaridad tendría que ser impecable, en todos los niveles. En el ambiente hay muchas sospechas sobre licitaciones, contrataciones, aprovechamiento de influencias y negocios paralelos. Lo que se requiere es la transparencia total e inequívoca, base indispensable de la confianza ciudadana, elemento vital para la salud del sistema.
La sensatez política es el combustible superior para cualquier buen gobierno. Y ahora mismo, es un requisito aún más determinante y complejo, porque el nuevo Gobierno tendrá que gobernar, en primer lugar, de manera eficiente y sostenible, las expectativas de mucha gente, tanto militante como común.
A esto se vincula íntimamente la efectividad social. Y ésta no equivale, desde luego, a un catálogo de medidas voluntaristas, sino que se plasma en un dinamismo sostenible capaz de cambiar a fondo condiciones de vida sin desfondar los sustentos del progreso nacional real.
¡Vaya retos!
Aún no hay comentarios.
Canal RSS de los comentarios de la entrada. URL para Trackback