Aquí se vale todo

La mejor manera de hacer infelices a las
personas consiste en echar a un lado las más
elementales reglas de convivencia humana.

Así, la libertad mal administrada puede convertirse en desorden y anarquía, que en sus extremos pueden amenazar la existencia misma del cuerpo social.
Más que un pulso entre las autoridades y los invasores de las vías públicas, lo que hemos visto en los últimos tiempos es que las municipalidades abren válvulas de tolerancia por encima de los límites  discrecionales que les corresponden, sea por incapacidad o por malentendidos intereses electorales o económicos. Los problemas sociales alegados existen, pero su solución no pasa por la ruta del “dejar hacer” a los vendedores lo que les venga en gana.
Los problemas sociales se agravan cuando, por ejemplo, se tiran a la calle a niños y adolescentes, expuestos a toda clase de daños físicos y morales. En este caso, la “libertad” de vender en la vía
pública les aparta de la escuela y del estudio.
Sueltas un poco la disciplina y el desorden se multiplica aceleradamente. Hablo de la disciplina social, basada en el respeto y cumplimiento de las leyes, y en la observación de las buenas costumbres.

Cuando hace unas semanas se anunció como “actividad de arte popular” la pintura de los muros de un túnel en San Salvador, creímos que se trataría de eso. Pero tal arte resultó ser la magnificación del grafito de los pandilleros y operó como detonante para que paredes y fachadas, en una extensa área
circundante, aparecieran manchadas por primera vez, con lo que tenemos una ciudad cada vez más sucia y muy lastimada en su dignidad y en su ornato.
La pinta y pega incontroladas durante las campañas electorales tiene que evolucionar hacia formas más estéticas y eficientes de comunicación política. La manera en que se han venido haciendo, además de perder impacto por su proliferación, constituyen una pésima cátedra para niños y jóvenes, quienes podrán entender con ese ejemplo que fomentar el mal gusto y ensuciar son opciones válidas en sus vidas y que los ambientes públicos no merecen ningún respeto.
No son tanto las campañas electorales en sí las que perturban la psiquis colectiva, sino los excesos como el anteriormente señalado los que contribuyen a crear estados de tensión, temores y ansiedad, afectando el normal desenvolvimiento de la vida e impactando la actividad económica productiva.
Pero hay situaciones de fondo que conviene considerar, para que la campaña resulte útil y enaltecedora, como escuela de moral y civismo. Hay que desterrar el insulto y las acusaciones que no puedan demostrarse. Hay que renunciar a la ofensa como método.
Cuando un político se atreva a afirmar, por ejemplo, que los ladrones de cuello blanco están en “tal parte” debería hacer señalamientos específicos, dar nombres, promover juicios legales y presentar las pruebas correspondientes. Si no lo hiciera, aparecería como cómplice de los hechos denunciados y solo aportaría oscuridad al ambiente político y descrédito para sí mismo. Los pesimistas dicen que estas cosas no tienen
remedio o que es cuestión de esperar mucho tiempo para que se corrijan. La verdad es que tienen que comenzar a arreglarse ya, porque hacen daño, erosionan la salud del país y sacrifican la calidad de vida de sus habitantes.
La campaña electoral debe ser una tribuna para discutir propuestas y proyectos, con claridad y altura. El que no pueda verlo o hacerlo así, bien hará en retirarse de la actividad política.
Ya es tiempo. Hagamos las cosas bien y roguemos al Señor que no nos caiga un Hugo Chávez en la nuca.

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