El 5 y el 8 de este mes, aparecieron publicados en este diario un artículo de Geovani Galeas y una entrevista de Álex Segovia que quizás no recibieron la atención y el análisis merecido. Galeas, guerrillero emigrado a la tierra prometida de la libertad, ha encontrado en esta el campo fértil donde desarrollar su talento de escritor y analista, el cual mezcla con sus vivencias directas en textos sobre el conflicto bélico de sin par valor literario e histórico.
En el mencionado, habla de Salvador Cayetano Carpio, el panadero convertido en dirigente sindical y luego jefe guerrillero, cuyo rígido marxismo-leninismo llevó a Saverio Tutino, un periodista italiano, pese a ser filo izquierdista, a calificarlo despectivamente como “estalinista de hierro”.
Carpio, dice Galeas, “sectario, dogmático y hegemonista”, había sido un valladar contra la unidad de los guerrilleros y, peor, a coaligarse con sectores moderados tipo socialcristianos o socialdemócratas. Se sentía un iluminado de la guerra de clases, del proletariado, vanguardia de la que se creía vanguardia indiscutible.
Cuando en los otros grupos armados distintos al suyo, como las FPL donde militaba Sánchez Cerén, se expandió la idea de negociar el conflicto y unirse a personajes y grupos moderados, Carpio perdió el juicio. Hizo asesinar bárbaramente a su segunda, Mélida Anaya Montes, y se suicidó.
En teoría, concluye Galeas, sus sucesores entendieron la lección. Aceptaron la unión de toda la izquierda y amplias asociaciones; dialogaron, negociaron y llegaron a la paz. Pero si ese era el camino correcto, ¿por qué los moderados fueron después considerados traidores y expulsados del FMLN?, ¿por qué este se ha negado a confederaciones que lo podrían haber llevado al poder?
Buena pregunta, que solo admite una respuesta: porque la dirigencia sigue siendo en el fondo Cayetano Carpio. Se cree la vanguardia iluminada de la que no se puede disentir. Con ese trasfondo, parecen ilusas las expresiones de Álex Segovia. Él es uno de los mejores economistas del país, y hoy es asesor de Funes. Su orientación es expresamente la “economía social de mercado”, modelo construido en Alemania de la post guerra, cuyo éxito deslumbrante maravilló a la humanidad. Sus teóricos, como Bohm-Bawerk, son irreductibles antimarxistas. Recientemente comenté uno de sus libros “La conclusión del sistema marxiano”, donde hace añicos la teoría del valor trabajo, corazón sin el que no vive la doctrina de Marx ni, por supuesto, concepción alguna de tipo socialista.
Puede decirse que, en gran medida, economía social de mercado coincide con neoliberalismo y, a lo largo y ancho, con la socialdemocracia aborrecida por la cúpula del FMLN. Tan así es que Segovia afirma sin medias tintas que no todo lo hecho por ARENA es negativo. La promesa de Schafik de “desmontar pieza por pieza” el esquema neoliberal se va “al basurero de la historia”.
La capacidad para fingir del FMLN es infinita e inagotable. Es posible que engulla el trago amarguísimo de reconocer méritos a la política arenera y ofrecer continuar algunos de sus rasgos, si con ello cree poder triunfar el 2009. Como decía Napoleón Bonaparte: “On s’éngage, puis, on verrá” —Uno se lanza, después ya se verá—.
Una golondrina que en estos días volara al norte, severamente castigado por el invierno, no llevaría el verano. Ni siquiera dos, si como dice Álex Segovia Funes compartiera sus planteamientos socialdemócratas.
Funes ya ha recibido varios tirones de oreja para llamarlo a la ortodoxia. Si ganara las elecciones, podría recibir un duro tirón de cuello.
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