Es de todos conocido que durante los 300 años que duró el período colonial en Centroamérica y específicamente en el actual territorio salvadoreño, los productos más importantes para esa economía fueron el cacao, el bálsamo, el añil y ,en menor medida, la ganadería. Sin embargo, existió un producto de gran importancia para el comercio colonial y que jugó un papel trascendental en la economía del Reino de Guatemala, nos referimos al hierro.
José Heriberto Erquicia Cruz
Academia Salvadoreña de la Historia
A partir de la historiografía y la arqueología por medio del proyecto de Arqueología Histórica de la Universidad Tecnológica de El Salvador y con el apoyo de la Academia Salvadoreña de la Historia, se han documentado en el territorio salvadoreño los restos de nueve ingenios de hierro, siete de ellos se encuentran en el municipio de Metapán, uno en Quezaltepeque y otro en Sonsonate.
El “hierro de la tierra”, tal y como se denominó por los españoles al metal extraído de los yacimientos americanos; y el que luego se convertiría, para la segunda mitad del siglo XVIII, en el “Hierro de Metapas”, fue una más de las ricas fuentes de divisas para la región centroamericana en la época colonial.
Según el historiador costarricense José Antonio Fernández, es alrededor de 1674 que, Marcelo Flores de Mogollón descubre los depósitos férricos de Metapas (Metapán), pero no fue sino hasta las primeras tres décadas del siglo XVIII, que ésta industria se desarrolló.
Como lo describe Fernández, las minas de hierro eran abiertas, sin la construcción de tiros o túneles, utilizando herramientas básicas para obtener el mineral superficial, tales como almádanas, mazos de hierro con mangos largos para romper las piedras. Una vez extraído el mineral era reducido con mazos a pedruscos, proceso conocido como “refogar”. Esta concavidad se llenaba con capas alternas de leña hasta el borde, dejando una fosa en el centro que permitiera encender el fuego desde abajo. Posteriormente, se colocaba el material sobre la leña y una vez concluida esta etapa era conducido para
su posterior tratamiento en el ingenio.
Ya ahí, este proceso consistía en el fundido de material refogado, el cual para entonces había perdido agua y material orgánico. Los hornos eran de una vara de alto por una de circunferencia y en el fondo se hacía una concavidad de un tercio de vara para que se concentrara el material fundido. Estos hornos tenían que llegar a temperaturas de 1,540° C para poder fundir el hierro. El horno tenía una boca para sacar las escorias y un “alquiribuz”, una abertura tubular para que entrara una corriente de aire provocada por “barquines” o fuelles movidos por fuerza hidráulica. Al encenderse el horno bajo la constante corriente de aire de soplo, el metal se fundía y se concentraba en la concavidad central, de donde se tomaba ya frío. Una vez enfriado el hierro, se cortaba y después de caldearlo se sometía a un gran martillo, o martinete, también movido por energía hidráulica. Las altas temperaturas requeridas para el procesamiento final que demandaban de fuelles movidos por fuerza hidráulica en los ingenios, se vio facilitada por los caudalosos ríos de montaña de Metapán y las otras zonas.
En la actualidad, los restos arqueológicos de aquellas obras de ingeniería hidráulica que hacían producir el metal “plebeyo”, son los ingenios de hierro de Atapasco en Quezaltepeque, el de Santo Ángel de la Guarda en Sonsonate, los de San José, San Miguel, El Rosario, Santa Gertrudis, El Carmen, San Rafael, San Francisco de Paula o El Brujo, todos en Metapán, región que, hacia la primera década del siglo XIX, casi al final de la época colonial fue conocida como Metapán del Fierro.
A inicios del siglo XIX, en las postrimerías de la dominación española, las provincias centroamericanas resentían numerosos atropellos de las élites comerciales y políticas que se encontraban en la capital del Reino. Hacia 1811, iniciaba una serie de rebeliones en contra del poder establecido y sus medidas fiscales, entre ellas destacaría la de Metapán ocurrida el 24 de noviembre. En respuesta a los problemas estructurales del aparato colonial, que se encontraba ya en
decadencia, los habitantes de esta importante localidad comercial decidieron subordinarse al poder.
En Metapán, la furia popular buscó atacar a miembros de la élite residente; así una parte de los indios, una multitud de los mulatos y con el apoyo de algunas mujeres formaron un tumulto y armados con piedras y otros objetos depusieron al Alcalde Segundo, saquearon el estanco de aguardiente, forzaron al dueño del estanco de tabaco a que redujera el precio de la libra de tabaco y liberaron a los reos de la cárcel. Esta rebelión de indígenas y mulatos, llevada a cabo en el territorio del principal productor de metal en la región, preocupó definitivamente a las autoridades coloniales.
Luego de la rebelión multiétnica de 1811, vendrían desde el poder colonial, medidas más drásticas en detrimento de la producción de hierro, aunado a la llegada de metal desde Europa y otros factores más locales, los que hicieron paulatinamente desaparecer el sistema productivo de la siderurgia en la región durante el régimen colonial.
Como ciudadanos de esta nación, estamos llamados a conocer nuestra historia, por lo tanto, es pertinente seguir investigando y documentando los sitios arqueológicos como referentes de la cultura material de nuestros antepasados y su contexto en general, el cual nos brinda una ventana al pasado y nos llaman a conocer, entender, preservar y disfrutar ese patrimonio de identidad local, nacional y regional.
Justo en las vísperas de la conmemoración del bicentenario de la insurrección de San Salvador y Metapán de noviembre de 1811, es de fundamental importancia reflexionar respecto a los procesos y transformaciones que a través del tiempo ha sobrellevado la sociedad salvadoreña. Existe toda una serie de aspectos de la realidad nacional, los cuales debemos cuestionarlos y ponerlos en tela de juicio, pues es esencial saber hacia dónde queremos transitar como país, no solamente para las presentes generaciones, sino también para las futuras.
Texto y fotos cortesía de la Academia Salvadoreña de la Historia.