Puertos, barcos y comercio

Importancia comercial estratégica.   Por muchos años, durante la época colonial las flotas europeas usaron a Acajutla como un punto importante en el tráfico comercial del Mar del Sur, entre México y Perú.

Importancia comercial estratégica. Por muchos años, durante la época colonial las flotas europeas usaron a Acajutla como un punto importante en el tráfico comercial del Mar del Sur, entre México y Perú.

Las provincias hispano-salvadoreñas fueron siempre lugares de actividad agrícola y comercial. Su situación geográfica al estar en la banda del Pacífico, en tierras calientes y feraces, y aceptablemente comunicadas por veredas y calles reales, hizo que el desarrollo, a pesar de la lentitud de los tiempos, fuera constante.

Pedro Antonio Escalante Arce
Academia Salvadoreña de la Historia

Los puertos eran la ventana al mundo y en la Alcaldía Mayor de Sonsonate estaba Acajutla, el principal del Mar del Sur, mientras que en la parte de San Salvador también se utilizaban algunos embarcaderos, como el caso de la bahía del Espíritu Santo (Jiquilisco), o el de Amapala, al sur de La Unión (hoy Pueblo Viejo). Se considera que la rada abierta de Acajutla se comenzó a usar alrededor de 1535 para el envío de cacao hacia México, enviado al puerto oaxaqueño de Huatulco, y desde entonces Acajutla se convirtió en puerto obligado para el tráfico marítimo. La villa de La Trinidad de Sonsonate fue fundada en la época de oro del cacao izalqueño, pero luego comenzaron las dificultades con las limitaciones al comercio entre los virreinatos por el Pacífico, lo que afectó sensiblemente a los puertos centroamericanos, principalmente Caldera, en Costa Rica, El Realejo en Nicaragua y Acajutla. Desde 1604, comenzaron las restricciones legales al tráfico por el Mar del Sur, para evitar que mengüaran los envíos de plata peruana a la península. Para Centroamérica, esto fue nefasto porque el comercio disminuyó drásticamente y solo fue permitido realizarlo con barcos autorizados que venían del Perú hacia Acapulco, con autorización de tocar puertos del istmo, en cuenta Acajutla, donde cargaban tinta añil, cueros, productos artesanales, bálsamo, zarzaparrilla, etc. Asimismo, se despachaba hierro de Metapán hacia el sur peruano.

Estas medidas asfixiantes lo que hicieron fue incentivar el contrabando, porque muchos barcos bajaban productos en disimulados lugares de desembarco, como fue el caso de Tonalá, hoy la playa Mizata, donde subrepticiamente desembarcaban bienes, cuya importación estaba controlada, o prohibida, como era el caso del aceite y del vino, que para que no compitiera con el llegado de España no se permitía que viniera desde El Callao (la falta de vino afectó incluso a la Iglesia por su ocasional carencia para las misas ). Las limitaciones mercantiles duraron hasta la segunda mitad del siglo XVIII, con la liberalización del comercio, pero habían causado un atraso notable en las provincias, en particular en las del Pacífico.

Durante este dilatado período, el comercio fue mayoritariamente con el Perú y hasta el bálsamo negro salvadoreño tomó el nombre de bálsamo del Perú, por haberse sobre todo conocido allí, y autorizado su uso litúrgico por los concilios provinciales de la iglesia peruana. En La Trinidad de Sonsonate, residían los funcionarios del real fisco, que controlaban el ingreso y la salida de mercaderías, las cuales debían pagar los impuestos correspondientes de alcabala, almojarifazgo y barlovento, además de bodegaje, si era el caso, en las bodegas de Acajutla, construidas sobre los peñascos, protegidas por guardias. Por algún tiempo, la Real Audiencia insistió en abrir la ruta náutica hasta las islas Filipinas, como la que comunicaba Manila con Acapulco, la ruta regular marítima más extraordinaria de la historia. Pero esto no fue aceptado por la Corona y será hasta en 1802 que Acajutla verá llegar el barco Luconia, salido originalmente de Manila, con un deslumbrante cargamento de productos suntuarios orientales.

Acajutla era una rada abierta, sujeta a fuertes corrientes de mar, en la que para bajar bienes y personas tenían que usarse lanchones hasta la playa. A principios del siglo XIX, se autorizó la construcción de un puerto nuevo, hacia el occidente, con un muelle de madera que luego, en la República, se sustituyó por uno de hierro, y sirvió hasta que en 1900 se construyó el muelle en el puerto antiguo de la playa, conectado con el ferrocarril de Sonsonate.

El actual La Libertad fue puerto hasta después de la Independencia, cuando se habilitó como tal la barra de Tepeagua y se le dotó del muelle de hierro, inaugurado en octubre de 1869. Durante la época española, se usó como desembarcadero un sitio cercano al río Jiboa, en el actual estero de Jaltepeque, lugar donde en tiempos republicanos se pretendió habilitar el puerto La Concordia. En cuanto a la bahía del Espíritu Santo, o de Jiquilisco, tenía el problema de los bajos fondos; sin embargo, se usó esporádicamente. En algún sitio de la bahía, estuvo el astillero de Xiriualtique, que estableció Pedro de Alvarado en 1539, para darle carena a los barcos construidos en Iztapa, en Guatemala, y que se iban a utilizar en la fracasada expedición a las islas de las Especierías (las Molucas), que zarpó de Acajutla a principios de septiembre de 1540. Estaba la ventaja en esos días de la cercanía de San Miguel de la Frontera, en su primera ubicación usuluteca. No se construyeron barcos en Jiquilisco, sino que se les trataba allí con la brea traída desde los pinares de los montes de Tecolucelo (Chalatenango), para calafatearlos y proteger la madera del molusco destructor de la “broma”. Xiriualtique existió en algún lugar de las inmediaciones de la bahía de Jiquilisco hasta el siglo XVII. En tiempos republicanos, se erigió puerto El Triunfo en la bahía.

En el golfo de Fonseca el puerto fue Amapala, hoy Pueblo Viejo, al sur de La Unión, diferente al Amapala hondureño, que se construyó en la isla del Tigre en el siglo XIX. Amapala fue sede de la guardianía franciscana de Nuestra Señora de las Nieves hasta 1686, cuando la piratería inglesa y francesa arrasó las islas de la Petronila, Meanguera y Conchagua, entonces llamada también isla Amapala (hoy Conchagüita). Amapala servía de embarcadero para viajar a Nicaragua por el estero Real y el estero del Viejo. A finales del siglo XVIII, el embarcadero del nuevo pueblo de Santiago Conchagua, fue adquiriendo importancia y surgió con el nombre de San Carlos, por el rey Carlos IV, y pasada la Independencia se convirtió en el puerto de San Carlos de la Unión Centroamericana.

Texto y fotos cortesía de la Academia Salvadoreña de la Historia.

 

 

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