Poetas cervantinos en Sonsonate

  Juan de Mestanza Ribera. Entre la numerosa documentación donde constan las actuaciones de Mestanza, están los antiguos títulos de las haciendas sonsonatecas de Las Lajas y San Antonio Los Lagartos.

Juan de Mestanza Ribera. Entre la numerosa documentación donde constan las actuaciones de Mestanza, están los antiguos títulos de las haciendas sonsonatecas de Las Lajas y San Antonio Los Lagartos.

Miguel de Cervantes Saavedra publicó su primera novela pastoril en 1584: “La galatea” y en el Canto de Calíope, la musa cuenta de los ingenios de las letras que viven en los reinos españoles, dignos de sepultura a orillas del río Tajo.

Pedro Antonio Escalante Arce / Academia Salvadoreña de la Historia

En octavas reales, Cervantes menciona cien nombres, de los cuales dieciséis han partido a América. Son nombres privilegiados, algunos en esos días ya con fama de altos vuelos, como el joven Félix Lope de Vega y también Alonso de Ercilla, otros menos y otros verdaderos ilustres anónimos para los siglos venideros.

En México, entre varios está Francisco de Terrazas; el Perú tiene la mayoría, entre ellos Pedro Montes de Oca; y en Guatemala se encuentran Baltazar de Orena y Juan de Mestanza Ribera. De todos ellos, solamente dos poetas de las Indias españolas volverán a ser nombrados por Cervantes, Juan de Mestanza y Pedro Montes de Oca. Sus nombres estarán en los tercetos del “Viaje del parnaso”, publicado en 1614.

En “La galatea” de 1584 Cervantes apuntaba: “Y tú, que al patrio Betis has tenido/lleno de envidia, y con razón quejoso/…/…Juan de Mestanza, generoso/”.

Mestanza nació en Agudo, La Mancha, hacia 1534. Alrededor de 1555, llegó con un pariente a Panamá, rumbo a Perú; sin embargo, permaneció en el istmo panameño como empleado de la real hacienda en el puerto de Nombre de Dios.

Luego, aparece su nombre como funcionario en Mérida de Yucatán, con el cargo de teniente de gobernador y capitán general –una verdadera interrogante en su vida—, y se le encontrará en Santiago de Guatemala alrededor de 1568, donde se casa con Beatriz de Vera, hija del presidente de la Real Audiencia, Alonso López de Cerrato, y toman ambos vecindario en San Salvador, donde Mestanza en 1574 era alcalde ordinario.

Beatriz de Vera fue dueña de las haciendas La Goleta y La Bermuda, donde, en esta última, habían quedado los frescos vestigios de Ciudad Vieja. Además, como poseedora de encomiendas, Beatriz recibía la mitad de los tributos de San Pablo Tacachico y de San Silvestre Guaymoco (hoy Armenia). Después, se trasladó Mestanza a Guatemala y comenzó con las comisiones judiciales por sus conocimientos de Derecho, hasta que fue enviado a La Trinidad a enjuiciar al alcalde mayor Diego de Torres en 1583.

Allí, permaneció después como alcalde mayor nombrado por la Real Audiencia alrededor de 1586, puesto en el que estará hasta la primera mitad de 1589. Fueron varios años de justicia mayor, con muchas actuaciones y una marcada tendencia hacia la protección de los naturales, tal y como lo había sido su suegro, el probo y austero presidente López de Cerrato, a quien se le ha comparado con un Bartolomé de las Casas, por su decidida actuación a favor de los indígenas.

En tiempos de Mestanza, fue el paso del corsario Thomas Cavendish en 1579, con la conmoción ocurrida en la villa y puerto. Ya viudo desde hacía varios años, en Santiago de Guatemala, se le encuentra todavía en 1605, año de su última referencia en el Reino en documentos y diligencias (aparecerán un par de homónimos en la provincia de Costa Rica y en Perú, pero no constan documentalmente hijos de Mestanza con Beatriz de Vera).

Mestanza volvió, ya muy mayor, a la península, y Cervantes se alegra de su vuelta en el “Viaje del parnaso” (1614) y se asombra de su edad: “Llegó Juan de Mestanza, cifra y suma/ de tanta erudición, donaire y gala/que no hay muerte ni edad que lo consuma/Apolo le arrancó de Guatemala/y le trajo en su ayuda para ofensa/de la canalla, en todo extremo mala”.

Bien es sabida la aversión de Cervantes a Las Indias españolas, donde quiso venir como funcionario pero el Real y Supremo Consejo de Indias no accedió a su pedido, así es que prefiere que Mestanza haya vuelto y que ya no esté en América, el viejo alcalde mayor de Sonsonate.

Entre la numerosa documentación donde constan las actuaciones de Mestanza, están los antiguos títulos de las haciendas sonsonatecas de Las Lajas y San Antonio Los Lagartos, y en esos antiguos folios, y con fecha 1608, en una medición de tierras en Los Lagartos, se menciona esas tierras como “sitio de estancia de ganado que fueron del bachiller Mestanza de Ribera”.

Y también, en un papel de 1589, inserto en el legajo, aparece un obraje de añil que él tuvo en el sitio del Chupadero, que se dijo había sido poblado por Mestanza, por 1580. Es uno de los más antiguos obrajes añileros que constan en un documento del siglo XVI salvadoreño.

Varios poemas se le han erráticamente atribuido y con autenticidad de su autoría solo parece conservarse el que consta en el manuscrito inédito de la Biblioteca Nacional de Madrid, llamado “Navegaciones del alma, por el discurso de todas las edades del hombre”, una recopilación manuscrita de

Eugenio de Salazar, quien fuera el fiscal antecesor de Mestanza en la Real Audiencia de Guatemala.

Pero no solo Mestanza fue el poeta cervantino de Sonsonate, también pasó otro fugazmente por ahí. En 1596, Diego Mexía, mencionado por Cervantes en “La galatea”, venía del Perú y su barco destrozado por tormentas terminó vida útil en Acajutla. Por ello, Mexía tuvo que permanecer en La Trinidad y seguir su camino por tierra hasta la Ciudad de México, largo y cansado trayecto que ocupó para traducir al castellano “Las epístolas heroicas” del poeta latino Ovidio, que tradujo y se publicó con el nombre de “Las heroídas”.

La traducción de Mexía está considerada como la mejor que se ha hecho del latín de esta obra de Ovidio, y es la comentada en la actualidad comúnmente por los estudiosos (Mexía también escribió

“El parnaso antártico de divinos poemas”, en Lima) Y ese libro de Ovidio, “Las epístolas heroicas”, Diego Mexía mismo dice en su introducción que lo compró a un estudiante en Sonsonate.

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