La Prensa Gráfica

Diario de vida de los niños salvadoreños

 

Fátima Miranda

Los dibujos, trazos y colores reflejan esperanza, metas, conciencia, la necesidad de relaciones familiares, de amigos, de recreación, de pertenencia a la escuela y a la iglesia. Pero también muestran otro escenario: la violencia diaria a la cual son expuestos los niños, la ansiedad cargada, la necesidad de protección y la faceta de “víctimas inocentes”.

Los 250 protagonistas de estas “historias de vida” parecen sacados de una película de ficción. Es una muestra pequeña si se compara con el casi  millón y medio de niños que viven en El Salvador y que están entre los cinco y 14 años, según el último censo de 2007. Esas fueron las edades escogidas como muestra para este proyecto. El objetivo era tratar de identificar, a través de dibujos, fotos y textos, cómo viven los menores su realidad.

El resultado fueron dibujos cargados con sentimientos de tristeza, horror y desesperación en los pequeños. Para los directores, subdirectores y docentes, a quienes no identificaremos por razones de seguridad ni relacionaremos con las instituciones visitadas, el proceso  “despertó en los alumnos un interés por expresar lo que sienten y lo que viven”.

Las historias fueron plasmadas con mucho detalle. En los cuadros, generalmente ellos eran los personajes principales, pero también, las principales víctimas. Y sin coincidir en soluciones claras, directores, subdirectores, docentes y psicólogos se han convertido en bastiones de empuje para alcanzarlas.

Aunque como ellos mismos lo confirman: “no sabemos cómo tratar la violencia generada al interior y exterior de las instituciones educativas que está marcando la vida de los más pequeños”. Y también las suyas propias.

La constante durante las entrevistas realizadas a los directores fue la poca información que quieren dar. Solo cuentan una parte de la realidad, la otra se la guardan por temor o recelo. “Acá en la zona no podemos lidiar con  el  crimen organizado, insertado en las pandillas. Contra eso no podemos hacer nada”, enfatizó un director de uno de los centros escolares ubicados en San Salvador.

Y sin mucho freno, aseguran que las instituciones educativas se han convertido en focos de violencia. “Toda la orientación que damos podemos supervisarla dentro de la institución, ya afuera es bien difícil que nosotros podamos controlarlos. Solo hay que fijarnos dónde estamos ubicados, en el mero hormiguero de la violencia”, agregó otro de los subdirectores.

El entorno

Los alumnos viven en comunidades y zonas marginales de alto riesgo, asediadas por pandillas, con hogares desintegrados o con familiares (muchas veces muy cercanos) que viven de la delincuencia. “La familia involucrada en hechos delictivos ya es una herencia cultural y esto conlleva a los hogares desintegrados”, afirmó el docente de un centro escolar de Apopa.

Muchos de ellos también tienen familiares presos, madres que se dedican a la prostitución, hermanos que venden sustancias u objetos ilícitos o familiares que pertenecen a pandillas. Los dibujos revelan estas realidades.

Un niño de 12 años dibujó una escena entre dos hombres. Uno, quien sostenía una pistola, le decía al otro: “¡Dame todo el dinero ya!” Y la otra persona respondía (con las manos arriba): “Yo soy tu padre”.  Y a un lado podía leerse: “Ayuda a tener paz”, “Basta ya”.

Otra alumna de 13 años, en cambio, fue más explícita. Su dibujo mostraba varias escenas. En una de ellas podía leerse: “Padres matando a sus hijos o viceversa”. La imagen: un hombre estrangulando a una pequeña.

“Esta generación está viviendo y creando una situación en que ya no les sorprende la violencia. Para ellos es natural, y aunque corran riesgo ya no les asusta”, dijo el subdirector de otro centro escolar.

Durante el recorrido realizado por LA PRENSA GRÁFICA en estos centros escolares y complejos educativos, los niños y niñas se mostraron emocionados y hasta impacientes por contar sus vivencias y realidades. ¿Podría ser esto la necesidad de una catarsis? “Yo tenía una amiga de 14 años que estaba embarazada. Pero a ella la secuestraron, la violaron y después la asesinaron”, contó “Carlos”, un alumno de cuarto grado. El dibujo de “Carlos” era claro: un parque, con columpios, y una niña tirada en el suelo, con manchones rojos en su cuerpo, rodeada de cuatro hombres. Al mismo tiempo, “Carlos” preguntaba impaciente: “¿Me puede tomar una foto?, ¿Voy a salir en el periódico?”. Sin embargo, para la psicóloga clínica Idalia Cabezas, los niños todavía no han sufrido esa “desensibilización”. Por el contrario, “rechazan la violencia, y todavía sigue siendo impactante y triste para ellos”. “Por esto es importante, en esta etapa, trabajar con la prevención y con los valores”, sentenció.

Otro dibujo contenía este párrafo: “No me gusta la violencia porque mucha gente muere diariamente”.

Y otra pequeña de 10 años señaló: “Me impacta todo lo malo que pasa, lo que más quisiera es que no hubiera más gente muerta”.