La Prensa Gráfica

Zonas distintas con realidades diferentes

 

Herminia Guzmán

La enseñanza y el aprendizaje se han visto opacados por la situación social que golpea  a El Salvador. Centros escolares y complejos educativos tienen que aprender, a diario, a vivir con la violencia.

Buena parte de la convivencia interna que se establece en los centros escolares depende de lo que hay en el exterior. Así se arman las reglas, así se rige el comportamiento de alumnos, docentes y padres de familia. En algunos, sin embargo, no hay forma de elegir cómo hacer las cosas porque la violencia externa los golpea, y tras eso, los invade.

Para muchos, aunque conocidos, las pandillas son grupos ajenos al ambiente escolar. En un complejo educativo de La Libertad la violencia aún no ha tocado a maestros y alumnos. Por eso se quieren preparar, por eso arman su estrategia y toman las medidas que creen convenientes. “Sabemos que establecer normas y reglas duras contribuirá a que los escolares mantengan una disciplina dentro y fuera del salón de clases”, asegura la subdirectora.

En este lugar, los jóvenes tienen prohibido utilizar un determinado peinado y modificar sus pantalones. No quieren que nadie los confunda, los reclute y les cambie la conducta.

Olor a miedo

Mientras unos prevén, otros aprenden a lidiar con el problema. En San Salvador, que en 2010 presentó la tasa más alta en homicidios (249 en 12 meses), hay un centro escolar donde los padres de familia son pandilleros. Allí hay constantemente reuniones con ellos para  tratar de establecer las reglas al interior del recinto educativo. Así lo expresó el subdirector de la institución, quien asegura que la actitud de las personas ha sido “cordial”. “¿Quiere que su hijo sea igual que usted y haga las cosas que usted hace? ¡No verdad! Entonces cuiden y respeten la escuela que es de sus hijos”, afirma en cada una de las reuniones.

Pero no siempre conciliar es fácil. En San Martín, un centro escolar ha tenido que ceder para proteger a la población estudiantil. Los exalumnos, miembros de pandillas, obligan a abrir las puertas de la institución para que ellos puedan pasar el día allí. “Si no les abrimos la puerta, la agarran contra nosotros. ¿Y qué es lo que uno tiene que hacer? Abrirles”, aseguró el portero.

En este municipio, el año pasado, las estadísticas marcaron un total de 69 homicidios en una población de 85,677 habitantes.

Y en todo el recorrido, cada encuentro y cada historia es diferente. “Hace poco vinieron tres mujeres a decirme que no me preocupara, que ellos respetan el colegio”, comentó la directora de una institución educativa de San Salvador. Eran pandilleros.

El gran reto, dicen los directores, es encontrar la fórmula para resguardar los centros escolares de quienes ya los acosan y evitar que en sus narices un grupo de niños decida que la educación y los valores no valen la pena . “Tratamos de dar una orientación, pero lastimosamente nuestro presupuesto se ha reducido casi en un 50%”.