Con la paz, las letras salvadoreñas pasaron de la esperanza al desencanto

Con la paz firmada en 1992, El Salvador pasó de la locura a la esperanza, pero bastaron unos años para que la sociedad abrazara el desencanto, incluidas sus letras, y en ellas ahora resuena el eco de una metralla nueva: la de las pandillas.

ACAN-EFE

Toda esa literatura testimonial y de reivindicación” que tuvo auge en la década de 1980 “se transforma de repente, en ciertos autores, en una literatura del desencanto, de la ironía y disidencia”, señaló el poeta y antólogo salvadoreño, Vladimir Amaya.

Según el autor, uno de los libros que marcó la ruptura de la “cristalización de la militancia” que protagonizaron muchos de los autores de la “generación de la guerra” fue “El Asco” (1997) de Horacio Castellanos Moya.

“El Asco” es una crítica punzante contra El Salvador y todos los estratos, y le valió amenazas de muerte a su autor, que decidió exiliarse.

De hecho, Moya forma parte de un grupo de escritores bautizados por los académicos como la “Generación del Cinismo”, en la que se incluye al poeta Miguel Huezo Mixco, Rafael Menjívar Ochoa y Jacinta Escudos, y miembros más noveles como Salvador Canjura y Claudia Hernández, casi todos autores de ficción.

Con el auge de “los cínicos” en las letras salvadoreñas “se comenzaron a desmitificar ciertas figuras como los héroes de guerra”, señalo Amaya quien, entre otras, ha compilado las antologías “Una madrugada del siglo XXI: poesía joven salvadoreña”, y el “Segundo índice antológico de la poesía salvadoreña”.

La poeta y editora Susana Reyes explicó a Acan-Efe que estos escritores fueron “los más jóvenes de una ideología, que han salido de allí desencantados” porque los valores que hilvanaban cayeron junto al “telón de acero” en los años noventa.

Añadió que junto a los “cínicos”, se desarrolló la literatura de los autores que mantuvieron su afinidad a la “utopía” de los movimientos sociales, pero en un nivel “intimista”, y un mayor auge de las mujeres.

“Muchas mujeres nos animamos a decir nuestros propios discursos”, que podían ser “de amor, eróticos o cosas líricas” y sobre todo de “descubrimiento y de apropiación de sí misma”, acotó Reyes, quien es la coordinadora editorial de sello Índole Editores y preside la fundación Claribel Alegría.

Para Reyes la literatura actual en El Salvador principalmente muestra “cómo te golpea la violencia, cómo te trata la vida en esta ciudad” en la que resuena el eco de la violencia de las pandillas.

“Está privando el tema de la muerte violenta, que no es por una ideología” y que en ciertos autores llega hasta un “pacto de amor con esa violencia”, añadió.

Para Amaya, los escritores que han tenido auge durante el siglo XXI son una generación con un “escepticismo más copioso” que otras, porque “heredaron” un país “aún con sus injusticas, sin leyes reales, con su violencia incrementada considerablemente por la corrupción y las pandillas”.

“Tienen como inspiración su contexto de violencia cotidiana, la paranoia colectiva; para estos poetas (y narradores) jóvenes ya no hay nada en qué creer” porque “no es lo mismo escribir sobre el desencanto a escribir que nunca tuviste ni la esperanza”, añadió.

Reyes señaló que en la narrativa y poesía salvadoreña actual el fenómeno de las pandillas no se aborda directamente, sino que son un “ruido de fondo” que es “inevitable”, porque es una violencia que “está palpitando”.

Sostuvo que el “germen de cómo funcionaban al inicio las pandillas” fue retomado por el escritor Jorge Hernández, en cuentos con los que ganó certámenes estatales de literatura en los años noventa, pero varios se mantienen inéditos.

Ningún autor actual “es uno de ellos y por eso no pueden escribir como uno de ellos” y porque puede ser considerada cualquier obra que le humanice como “apología del delito”, concluyó.

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