A la conquista del gran elector

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Los resultados electorales del 18 de enero confirman una vez más el parecido de nuestro mapa político electoral con nuestra geografía. Esta se divide en tres grandes franjas, comprendiendo cada una, muy gruesa y aproximadamente hablando, un tercio del territorio nacional (la costera, la central —de valles, lagos y volcanes— y la montañosa del norte). Aunque la comparación arriesga la calificación de burda, podemos afirmar que nuestra “geografía política” es semejante a nuestra “geografía natural”: un tercio de los votantes los tiene ARENA, otro tercio el FMLN y en la mayoría del otro tercio se encuentran los votantes no militantes o denominados votantes fluctuantes.

Si nos atenemos al comportamiento histórico de estos electores fluctuantes, en las elecciones legislativas y municipales se vienen distribuyendo con cierta proporcionalidad entre ARENA y el Frente, unas veces un poco más hacia uno y otras veces más hacia el otro. Sin embargo, para las elecciones presidenciales se han inclinado mucho más favorablemente hacia ARENA. Ahora bien, si nos basamos en las encuestas más serias, hoy por hoy (más vale ser prudente en estos sorpresivos tiempos), pareciera que ese votante podría distribuirse más proporcionalmente en las próximas elecciones presidenciales. Lo que augura una reñida votación.

Los dos grandes partidos políticos han llegado a entender, quizá más temprano el FMLN que ARENA, que solo con sus militantes y simpatizantes no pueden ganar el Ejecutivo. En consecuencia, la seducción del voto fluctuante, del gran elector, se ha convertido en la coquetería principal de dichos partidos.

La conquista del gran elector no es tarea fácil, pues se trata de un votante no solo más ponderado y menos fanatizado, sino más exigente en el juego del flirteo, así como más ávido de información y ofertas electorales. Más aún, como lo mostró la innovadora campaña de Norman Quijano, es un votante sensible a las propuestas electorales más concretas, más viables, más “tocables y plásticas” (como me dijo ilustrativamente un amigo de mi hijo el día de las elecciones: “Me gustaría votar por el Frente, pero me gusta más el Metrobús”).

Tal situación, y comprensión del “marketing electoral” implícito en ello, ha desatado en los últimos días una excitación partidaria hacia la promesa electoral ligera. Las dinámicas de seducción del gran elector han calentado la competencia por las fáciles ofertas electorales. Y corremos el riesgo de caer en la superficialidad, en favor de la cosmética electoral de las promesas y en detrimento de la sustancia de los proyectos políticos.

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