Antes del 15 de marzo nuestras energías ciudadanas estarán concentradas, y angustiadas, en torno al resultado electoral. No es para menos. Sin embargo, igual o mayor preocupación suscitan los tiempos venideros, donde la problemática central no girará en torno a quién ganará, sino en cómo gobernará el ganador. La gobernabilidad pasará a ser, o deberá ser, la preocupación fundamental. Tampoco es para menos.
En efecto, gane quien gane, los escenarios de gobernabilidad que le esperan al próximo gobierno serán extremadamente duros y complicados: una oposición fuerte; ambiente posiblemente más polarizado; gobierno sin mayoría parlamentaria; finanzas públicas maltrechas, en un momento donde habrán necesidades extraordinarias para enfrentar los severos impactos de la crisis económica internacional; manifestación plena de los efectos de esta crisis sobre la economía nacional; incremento de demandas sociales y de la conflictividad social.
Ahora bien, la gobernabilidad no solo depende de lo que haga o deje de hacer el gobierno, sino también de lo que haga o deje de hacer la oposición, especialmente si esta mantiene amplia fuerza política y electoral.
Si pierde ARENA, en nada abonaría a la gobernabilidad el que tratara de estirar la polarización, bloquear sistemáticamente la gestión gubernamental, iniciar una confrontación sistemática y destructiva. Esto sería contraproducente, sobre todo si el gobierno de Funes y algunos sectores del Frente van plasmando su vocación e intenciones democráticas. Contraproducente también para la dinámica económica y empresarial del país, que requerirá de grandes dosis de entendimiento político y social para paliar los fuertes impactos de la crisis económica. Asimismo, una oposición destructiva y desestabilizadora podría potenciar las posiciones o sectores con poca o nula vocación democrática dentro del Frente.
Si pierde el FMLN, lo peor sería que no se sepa aceptar y digerir la derrota, y que importantes sectores del Frente caigan en la tentación de impulsar también una confrontación sistemática y destructiva en contra del gobierno de Ávila, la cual tienda a priorizar la lucha de calle al margen de la institucionalidad, bajo el argumento que por la vía electoral y democrática nunca llegarán al gobierno.
Contrario a los escenarios anteriores, lo mejor que le puede pasar a la gobernabilidad del país sería contar con una oposición (y por supuesto también con un partido en el gobierno) ciertamente firme en las diferencias con su oponente, pero abierta al diálogo y colaborativa con el gobierno en los factores comunes, así como en la defensa y promoción de los intereses nacionales. Una derecha e izquierda moderna, democrática y responsable, con visión de nación, que nos pueda alejar de las posibles catástrofes que se vislumbran para “los días después de mañana” al 15 de marzo.
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