Hoy, más que nunca, tendrán genuina trascendencia el derecho y deber político de los ciudadanos de ejercer el sufragio, señalados en la Constitución de la República, ante las expectativas que muestran las elecciones de 2009.
Aunque en muchos países se manejan porcentajes de abstención elevados en sus comicios, el objetivo de las instituciones que regulan ese ejercicio debe ser aminorar cifras con campañas de concienciación.
El abstencionismo se ha reducido, gracias a la confianza que genera el sistema y la supervisión de los organismos internacionales; sin embargo, el porcentaje de personas que no responden a las preguntas de las encuestas o que ocultan sus preferencias es significativo.
La historia de las elecciones en El Salvador ha estado matizada de sucesos, en los cuales se ejerció el sufragio sin respeto a la voluntad popular o en condiciones irregulares y adversas para los votantes. Basta recordar la compra de conciencias por “café y tamales”, practicada por partidos oficiales del pasado o depositar el voto bajo las balas en los años de guerra.
Los analistas consideran que el voto duro para los bloques de poder que conforman ARENA y el FMLN se mantendrá con pocas variantes. Esa polarización incide en la vida del país y frena su desarrollo; con mayor costo para el partido gobernante por el desgaste de cuatro periodos y el entorpecimiento de sus proyectos.
Caudal codiciado por los estrategas de campaña será el porcentaje de indecisos —buena tajada del pastel diagramático— que influirá en los resultados.
El escenario de la contienda presidencial puede sintetizarse así: un candidato de ARENA, el ingeniero Rodrigo Ávila, urgido de propuestas renovadoras, con las cuales pueda recuperar la confianza de la población, social y económicamente en crisis. Tendrá que convencerla de que factores internacionales, como el petróleo y los granos, han imposibilitado avanzar en muchos aspectos. Lidiará con estructuras ancestrales. Su partido ha realizado programas y proyectos novedosos, algunos considerados de agenda izquierdista. Su mayor obstáculo: el escepticismo. La apuesta efemelenista es más complicada. El partido optó por un candidato no extraído de su matriz tradicional, lo cual —aunque se trate de ocultar— no ha sido del agrado de algunos radicales. Para estos es importante haber hecho méritos en el campo beligerante, en el terreno político, “sudar la camisa”. La intención del FMLN ha sido presentar un personaje nuevo, de imagen más potable para el electorado (con un compañero de fórmula que proteja sus fundamentos revolucionarios). ¿Hasta qué punto se podrá sustraer Mauricio Funes de la gravitación de los dirigentes, en la toma de decisiones? y el temor constante que asaltará a estos de que su ahijado, entusiasmado, escape a su control. Fantasma a vencer: la impredecibilidad.
Un enfoque, fundamentado en las estadísticas, hace ver al resto de partidos, una vez más, con poco protagonismo, después de desvanecerse la ilusión de una tercera vía. Su influencia se limita a obtener diputados y municipalidades y esperar privilegios sumándose a uno de los partidos presidenciables, especialmente en una segunda vuelta. Los salvadoreños tienen que analizar, en el tiempo que resta para las elecciones, hacia dónde inclinarán sus preferencias. Estas valoraciones y su decisión a través de su voto decidirán —ojalá sabia y responsablemente— el futuro del país.
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