“Se escucharon varios disparos, salimos rápidamente. No vimos a nadie”, esas fueron las palabras de una de las hijas de María Albertina Acosta, al relatar lo ocurrido el 6 de julio de este año, un asesinato sin amenaza previa, en una colonia al borde del río y de la urbe del municipio de Nueva Concepción, en Chalatenango.
Víctor Peña
La colonia El Chorizo, en el barrio El Calvario, permanecía en silencio, junto a la rutina que marcaba las 4:30 de la tarde. Doña Mari no era ajena a esa rutina y se había sentado en una banca junto a la tienda, para esperar un poco antes de comenzar a hacer las pupusas que solía vender. Allí llegaron dos personas con la excusa de comprar dos gaseosas. La hija atendió a los clientes que nunca habían consumido nada en el lugar. Cuando la joven entró parar sacar las bebidas, los hombres comenzaron a dispararle a la mujer de 56 años. La tristeza y la sorpresa invadió a todos. Nunca nadie los amenazó, nunca los extorsionaron y nunca se quejaron de haber tenido problemas.
La vida de Mari es un ejemplo para esta familia formada, en su mayoría, por mujeres. Ahora recuerdan su fortaleza como un legado importante y dan testimonio de una mujer que formó sus vidas, a pesar de todas las adversidades que se les presentaron. Los pocos recuerdos y prendas que ella utilizaba ahora son parte de las valiosas reliquias que adornan el hogar. Ese mismo que ha quedado desolado, sin la presencia materna, y que ellos abandonaron por un tiempo tras vivir la amarga experiencia.
Tras los disparos, el cuerpo de doña Mari quedó tendido cerca de una fuente, en la acera de la vivienda. El área donde solía funcionar la tienda se ha convertido en la sala principal. Luego del ataque, la familia decidió prescindir del pequeño negocio, que en los últimos días no dejaba muchas ganancias ni aportaba a la economía del grupo.
Desde el día de la tragedia, la familia no ha dejado de recibir muestras de apoyo por amigos y vecinos. Han pasado ya dos meses del crimen, pero ellos no recuperan todavía su rutina. Visitan casi a diario el cementerio general de Nueva Concepción, donde María fue enterrada. Allí todavía hay lágrimas y lamentos. También hay incertidumbre sobre lo que propició el asesinato de Mari y sobre la conveniencia de seguir habitando en el mismo lugar, donde ya no sienten tranquilidad.
Una de las hijas de la víctima, que reside en Atlanta, Estados Unidos, viajó hasta El Salvador para apoyar a su familia durante el sepelio de la madre.
Su parentela aspira poder reunirse con ella, a través de la petición de un asilo
o algún otro trámite. Mari nació en el barrio El Calvario, en el centro del municipio, y allí vivió durante 38 años. Luego, junto a su familia, se mudó
al nuevo domicilio, que ahora está lleno de una mezcla de sentimientos difíciles de sobrellevar.