Fin de la inocencia

La Libertad

Faltaban unos días para que Gabriela Carolina Alberto Morales, de siete años, iniciara su primer día de clases en el Centro Escolar San Nicolás Los Encuentros 1 de San Juan Opico. La niña estaba emocionada, era aplicada y las últimas calificaciones recibidas por su madre, María Morales, lo reflejaban a la perfección. La madre estaba orgullosa por el intachable récord de desempeño alto en todas sus asignaturas.

El 22 de enero de 2011 en la mañana, María vio salir a su única hija a la tienda. Nunca regresó. Junto con vecinos y amigos la buscaron por todos lados; luego, alguien dijo que la había visto de la mano con Rosa V., una menor de 17 años con malas credenciales en la colonia El Milagro de San Juan Opico. Rosa solía decirle a otras menores de edad que quería robar niños y venderlos en Guatemala.

La búsqueda terminó pasado el mediodía. Una corazonada le decía a María que su hija estaba en esa casa, en la de Rosa, a pesar de que ella lo había negado. Unos niños se subieron al techo y lo quebraron. Desde arriba, vieron el cadáver de una pequeña.

Rosa la había estrangulado, según algunas versiones, en presencia de otro menor (hermano de la victimaria). La noticia recorrió todo el cantón rápidamente. Los vecinos estaban afuera de la vivienda, consternados, apoyando a los jóvenes padres que habían perdido a su única hija. La culpable del crimen intentó huir, pero no tuvo suerte. Rosa fue interceptada por un retén policial en las cercanías del desvío entre Opico y la carretera a Santa Ana. Todos asumían, entonces, que era mayor de edad. Los agentes la llevaron hasta el lugar del crimen para su reconocimiento. Rosa se reía con ironía y hacía muecas. Los padres de la niña lloraron al verla.

Durante su búsqueda, María llegó a la casa 13, polígono C de la colonia El Milagro, donde vivía Rosa V. Tocó y nadie le respondió. Tocó de nuevo y, tras unos minutos, Rosa la atendió. Dijo que nunca había visto a Gabriela.

Rostros extrañados y llenos de dolor envolvieron el adiós de un ser inocente a manos de un verdugo sin causa aparente. El consuelo son las oraciones que sus compañeros le dirigen antes del inicio de cada jornada escolar a quien ya ven como un ángel. Recuerdos gratos se guardan en las memorias y se albergan en el corazón de cada uno que conoció a Gabriela, una inocente más.

Mientras cursó parvularia, Gabriela siempre fue catalogada como una alumna ejemplar, y estaba lista para iniciar el primer grado. Su muerte llenó de amargura no solo a su familia, sino también a toda la comunidad educativa que la rodeaba. Alumnos, compañeros de su centro escolar y sus amigos más cercanos acompañaron a su familia en los días siguientes al asesinato.

Rosa V. fue liberada por el Juzgado Segundo de Menores por una falla en la elaboración de sentencias. Esa falla permitió que se anularan 64 casos más. Sin embargo, Rosa se presentó voluntariamente en un citatorio posterior y fue condenada. El móvil aún es una incógnita, pero algunas versiones relatan que Rosa mató a la niña para vengarse del padre de Gabriela, una prueba más de que violencia llama a violencia.


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