Él tiene la costumbre de golpear a las mujeres

Fernanda es una mujer de ojos grandes y manos trabajadoras. Es treintañera y todos los días se levanta temprano para ir a trabajar en un sitio donde realiza labores domésticas. Por su propia seguridad se ha omitido su nombre real y su ubicación en el país. Ella vive con su pareja quien es, a su vez, su agresor.

“La violencia contra la mujer es la forma más extrema de discriminación y, en los casos más graves, esa violencia puede provocar la muerte”, sostiene la ONU. La pareja de Fernanda la ha golpeado incontables veces en los últimos años, se ha referido a ella como “perra” y cuando ella menciona la palabra denuncia, él amenaza con matarla.

Su historia, lejos de ser única, forma parte de un patrón. De acuerdo con un informe del secretario general de la ONU, el 19 % de mujeres entrevistadas en 87 países entre 2005 y 2016 dijeron que habían experimentado violencia física o sexual de su pareja en el último año previo a ser encuestadas. En otras palabras, de cada 10 mujeres entrevistadas, dos aseguraron que sus novios o esposos las habían golpeado o agredido sexualmente.

El compañero de vida de Fernanda es un hombre trabajador, no pertenece a pandillas y no tiene nexos con grupos delictivos. Es un hombre que tiene la mala “costumbre” de golpear mujeres.

Un artículo de la revista Realidad de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas titulado “Mujer y violencia en El Salvador” sostiene que uno de los mitos de la violencia doméstica es que esta solo sucede en hogares pobres. La realidad suele ser distinta. El texto afirma que “no es difícil encontrar similares actitudes violentas en obreros y patronos, en analfabetos y profesionales, en albañiles y psicólogos”.

De acuerdo con cifras de la Policía Nacional Civil en 2016 se recibieron 1,176 denuncias de violencia intrafamiliar. En 1,020 ocasiones las denuncias fueron interpuestas por mujeres. Las organizaciones que trabajan con mujeres maltratadas aseguran que el nivel de denuncia aún es bajo en comparación con la realidad de mujeres que experimentan violencia. Aun así, el observatorio de la Organización de Mujeres Salvadoreñas por la Paz (ORMUSA) registró que en el primer trimestre de este año se denunciaron cinco casos de violencia intrafamiliar al día.

“Nosotros tenemos aproximadamente cuatro años de estar juntos. Y como toda pareja, cuando comienza es todo color de rosa”, narra Fernanda durante un descanso de su trabajo.

¿Dónde lo conoció?
Acá cerca. Andábamos paseando con una tía de él y de repente nos vimos. Yo le dije a la tía de él: “¿Y ese bombón?”, “¿cuál bombón? Ese es mi sobrino”, me dijo ella. Él andaba con su niño chiquito y cruzamos miradas. Desde ese día comenzamos a platicar, a hablarnos por teléfono y así se fue dando la relación.

Él le dijo a la tía que le consiguiera mi número. Yo, emocionada, hasta mariposas sentía. Le dije: “Está bonito tu sobrino, ¿qué pasó?, ¿está solo?” Es lo primero que le pregunté. “Sí”, me dijo, “hace como ocho meses terminó una relación, le ha ido mal”. “¿Ah, de verdad?” dije más emocionada. “Si querés hablémosle”, me dijo. Le hablamos y él bien nervioso y yo igual.

Desde ese día ya prácticamente no nos apartamos porque va de hablar, eran las 2, 3 de la mañana y nosotros hablando.

¿De qué hablaban?
De su vida, de qué había hecho… cosas así. Él me contaba sus cosas y yo le contaba las mías y fue bonito…

¿Viven juntos?
Sí, hoy sí vivimos juntos. La primera vez que salimos fue como a los tres meses y medio. Fuimos a tomarnos un café, pero nosotros como que éramos bichitos, todos nerviosos y todo bien chivo. Yo sentí como mariposas. Bien emocionada y ya después, como yo le había dicho que no andaba con nadie, me preguntó: “¿Qué pasó, vamos a andar?”, “vaya”, le dije yo. Desde ahí comenzamos a salir. Yo venía a su casa y así, nos llevábamos bien.

¿Ha sucedido un cambio?
Sí, cuando uno comienza todo es bien bonito, pero ya después… como a los seis meses ya nos acompañamos. Yo llegaba a su casa y de repente ahí me quedé, jaja… quizás ese fue mi error, no sé.

¿Él vivía solo?
Sí, él vivía solo. Y no sé cuál fue el error, pero la cuestión es que nos quedamos juntos. Después de que ya nos acompañamos… puya. Uno nunca termina de conocer a la persona, pero yo no sabía cómo era él. En la primera discusión que tuvimos, si más me ahorca. Como a los cuatro o cinco meses que teníamos de estar acompañados, un día llegó algo tomado. Como es bien alto y más grande que mí, me levantó por detrás y yo de tonta le decía como podía: “¡Hey!, soltame” porque me tenía bien aprisionada. Y él: “No, que te voy a matar”.

¿Por qué estaba enojado?
No me acuerdo por qué discutimos y de un solo me agarró del (cuello). De ahí yo solo me le quedaba viendo, pero no le decía nada y los ojos llorosos. Ya después le dije “nombre, mejor andate, que te pase la cólera, no sé qué sentís”. Y al siguiente día como que no había hecho nada y yo solo me le quedaba viendo. Desde ese día comenzaron los problemas. Y me costó que me soltara y pasé como 15 días con dolor de garganta porque me la presionó. Él toma seguido y cada vez que llegaba bolo, no había día que no me dejaba así.

Los motivos por los que este tipo de agresiones no se denuncian son múltiples. Entre ellos están la “vergüenza y estigma, las barreras financieras, la impunidad percibida para los perpetradores, la falta de conocimiento de los servicios disponibles, amenaza de perder a los hijos, el miedo a meter al agresor en problemas, el miedo a represalias, actitudes discriminatorias hacia las víctimas en los tribunales y las instituciones policiales, y desconfianza hacia los trabajadores de la salud”. Así lo recoge la investigación “La punta del iceberg: la denuncia de la violencia de género en los países en desarrollo” de la Revista Americana de Epidemiología.

Uno nunca termina de conocer a la persona, pero yo no sabía cómo era él. En la primera discusión que tuvimos, si más me ahorca. Como a los cuatro o cinco meses que teníamos de estar acompañados, un día llegó algo tomado. Como es bien alto y más grande que mí, me levantó por detrás y yo de tonta le decía como podía: ‘¡Hey!, soltame’, porque me tenía bien aprisionada. Y él: ‘No, que te voy a matar’.

¿Usted le contó a alguien?
No. La familia de él bien feo el modo. Como tres veces me vieron golpeada en mi cara. Incluso, la última vez me vio la mamá de él. Ella vio cómo me bajó él de las mechas.
“Soltame, ¿qué te pasa?”, le decía yo, porque estábamos discutiendo por una cipota. “Mirá, platiquemos que a vos no te gusta hablar”, le pedía. “No, que vos ya me tenés harto”, me respondía. “No me golpees, que yo solo un papá tuve”, le dije. Como que más alas agarró… me bajó del pelo para el suelo y la señora solo se hizo para atrás, como que una basura iba pasando.

Me le quedé viendo y me puse a llorar porque, obvio, me dolía. Y yo dije, “si le pego una manada, voy a dar lástima”. Por eso he tratado la manera de no oponérmele. Ese día me llevó la que no me trajo, como dicen. A mi suegra le dije: “¿por qué no te metiste?”, y ella me dijo: “Yo no, eso es problema de pareja”. Ese mismo día en la noche me había dejado el pómulo izquierdo hinchado y me dejó al lado de afuera, así en el patio. Y ahí teníamos la refri nosotros.

¿Cómo la dejó afuera?
No me dejó entrar al cuarto. Mi suegra vivía entonces ahí. Y yo toda la noche pasé ahí. Y como tenía que venir a trabajar, pasé toda la noche poniéndome escarcha porque no tenía hielo para que se me desinflamara. Y yo va de llorar y llorar. Y le pedía a mi suegra que abriera y no me quiso abrir. Ella solo tosía. Y yo con unas cobijas todas sucias me arropaba y mi chuchito solo se me quedaba viendo y se me acercaba. A él lo abrazaba porque tenía frío y así pasé toda la noche. No pude ni dormir y va de ponerme escarcha, se me desinflamó un poco. De ahí como a las 5 me enojé y agarré a patadas la puerta, “abrime”, le dije yo y él se levantó. Me dijo: “Entrá, perra, para dentro”.

Se me rodaron las lágrimas y me le quedé viendo a la maitra bien dormida. Púchica, está bueno. Por ser mujer yo dije que se iba a poner en mi lado… qué. Como a las 9 de la mañana comenzamos a discutir y yo le dije: “Mirá cómo me has dejado la cara, si yo voy a la Policía te van a llevar preso”. Él me dijo: “Andá, andá, pero te mato”.

Y quizá no sé, aquel temor que siempre me ha puesto él, yo solo me le quedaba viendo. Le dije a la maitra “¿por qué no te metiste? como es tu hijo a él sí lo defendés”. A ella le dio una risita y me dijo: “Ja”. ¿Y por qué te reís?”, le pregunté yo. “Mirá, ahí puedo ver que él haga un hoyo y puedo ver que te entierre y yo ¿cómo le voy a echar tierra a mi hijo?” Sentí como una puñalada y solo volteé a ver para otro lado y me puse a llorar.

¿Hace cuánto fue eso?
Hace como seis meses. Fue la última. Sí ahorita él no me golpea porque yo le he dicho que lo voy a meter preso, pero cuánto le he aguantado. Mi jefa me dijo que hable con él. Ella moralmente sí me ha ayudado bastante. No es bueno oponérsele a la pareja porque el hombre siempre es hombre. Pero de que me ha golpeado, varias veces. Si anantes no me ha sacado los ojos.

La violencia dentro de las parejas, por lo general, es entendida dentro de un ciclo. El ciclo tiene varias fases y no todas son violentas. Se habla de una primera fase en la que dentro de la relación se acumula tensión y la persona violenta no explota. En la segunda fase es cuando ocurre un episodio de violencia aguda. En la tercera fase, conocida comúnmente como “la luna de miel”, el agresor expresa que se arrepiente de lo sucedido. A eso le sigue el perdón de parte de su víctima. Después viene una etapa de calma que puede durar varias semanas hasta que se regresa a la primera fase y se reactivan los episodios agresivos.

¿Usted nunca le ha dicho a nadie?
Solo a mi jefa. Una vez me dijeron que fuera ahí a Las Dignas, pero no me atrevo, no sé.

¿Él la amenaza?
Puesí, me amenaza. Yo le digo: “Te voy a echar a la Policía si me volvés a golpear”. Solo le da risa y me dice: “Andá y ya vas a ver lo que te va a pasar”.

¿Ya no se han peleado?
Siempre discutimos. O sea, vamos a lo mismo. Él ya no me golpea porque le dije que lo voy a llevar a la Policía. Él moralmente me acaba. Cuando discutimos viera cómo me dice unas palabras que duelen más que un porrazo. Duele.

¿Usted por qué cree que él sea así?
No sé.

¿A la mamá no la trataba así?
No, con ella es diferente.

¿Él tiene un hijo?
Tres hijos tiene, pero sí, él tiene la costumbre de golpear a las mujeres. A veces hablo con la muchacha anterior, la mamá de los niños de él. Ella me dice: “Ay, Fernanda, yo no sé qué está haciendo con ese hombre. Si ese hombre es mala persona”. O sea que él, mala costumbre de pegarle a las mujeres.

¿Usted ya había conocido a un hombre así?
No, primera vez. Me ha dejado traumada este hombre. Yo me pongo a pensar, volteo a ver al cielo y digo Señor…

Durante toda la conversación Fernanda se ha mostrado seria. Su cara ha sostenido un semblante fuerte, pero a punto de desbordarse. Cuando habla del cielo, vuelve a ver hacia arriba y no puede contenerse más. Empieza a llorar mientras posa la mirada en el techo, como quien espera alguna respuesta.

¿Usted tiene niños?
Tengo tres.

Antes estaba delgada. O sea, comía, pero como que no me caía bien la comida. Aquí en el trabajo bien galán, pero ya llegando a la casa, otra vez, es una gran agonía. Ya no es felicidad como cuando uno comienza. Cuando iba cerca de su casa yo me alegraba porque ya iba a llegar. No, hoy aflicción me da.

¿Viven con él?
No. Hace poco se me fue una porque él me le quiso pegar. Hasta ella me dijo: “Valorate, ese hombre no te valora”. Ella ya está grande, ya entiende. “No, mamá –me dice– yo no sé por qué está con este hombre”. Ellos viven con mi mamá.

¿Usted ha querido irse?
Cómo no. No sé, yo también tengo la culpa, no sé si lo quiero tanto, pero no vale la pena.

Usted lo quiere…
Sí, yo acepto, lo quiero. Yo siempre pienso, si hubiera una bayuncada… un lavado de cerebro quiero para quitarme una gran venda. A mi sentir, una gran venda que tengo que no me puedo ir… tanto maltrato físico.

¿Él a usted le da para los gastos?
Sí da, pero no alcanza. Prácticamente con mi trabajo yo me visto, me calzo, como. Porque lo que él da son $20. Qué van a andar alcanzando a la semana.

¿Usted ha pensado separarse del todo de él?
Yo le pido a Dios que me ayude. Prácticamente sí. Un día mi jefa me dijo que buscara ayuda. Yo creo que ya pronto porque ya esta situación…
Hoy diga que estoy gordita, si antes estaba delgada. O sea, comía, pero como que no me caía bien la comida. Aquí en el trabajo bien galán, pero ya llegando a la casa, otra vez, es una gran agonía. Ya no es felicidad como cuando uno comienza. Cuando iba cerca de su casa yo me alegraba porque ya iba a llegar. No, hoy aflicción me da.

¿Él es tranquilo ante los amigos?
Él es cruel porque cuando lo voy a buscar con los amigos me maltrata. “Andate, maje, andate, ¿qué venís a hacer?” Y a los amigos solo risa les da y yo digo púchica, si soy tonta, es que es la verdad.

Ahora que usted ve ese recorrido por el cual ha pasado, si usted hubiera sabido todo eso, usted no…
No, yo por eso digo ahora: “Señor, ayudame para algún día voy a dejar a este hombre”, pero otra vez acompañarme ya no. Mejor estar solo. Porque estar así no es vida.

¿Ahora lo que más la sostiene ahí es el cariño hacia él?
Eso.

¿Usted se podría regresar a la casa de su mamá?
O alquilar algún cuarto. Yo sola me mantengo. ¿Qué yo debo depender de él? No. Si a mí me falta un par de zapatos, yo reúno y los compro. Si no tengo ropa, yo la compro. Si hasta él mismo dice: “Yo no puedo mantener a ninguna mujer”. “Si yo soy la tonta que estoy aquí –le digo– porque vos qué”.

¿Qué es aquello que usted ve en él que la hace quererlo? ¿Él es atento aunque sea en algunos días?
Es que mire, es bien raro. Yo hace poco tuve un problema. Él, a capa y espada, me estaba defendiendo y yo me le quedé viendo y se para y me dice: “No, es que de fregarte, solo yo te puedo fregar, te puedo verguear y todo, pero otra gente, no. Eso sí no me gusta”. No sé, bien raro.

¿Usted qué le diría a otra mujer que pasa por esto?
A las jóvenes, que conozcan a la persona, que no solo se dejen ir, como a mí me pasó. Que no solo se dejen ir. Que piensen una y once mil veces porque cuando uno comienza es todo color de rosa. Y después ya estando en la situación, ahí se ve quién es quién. Y si alguna mujer está en mi caso, que abra los ojos, porque no es vida estar así, para nada.

¿Me podría hablar de algún plan a futuro que tiene para usted misma?
Lo que quisiera primero es ya no estar con esta persona. Ya no sufrir. Y otra mejor, echarle ganas a la vida con mis hijas para una vida mejor. Yo aconsejo a mis hijas, les digo que se fijen, les pongo mi ejemplo. Las tres saben la situación. Una de ellas me dice: si algún día yo te llego a ver (golpeada), yo voy a llamar a la Policía y que se lo lleven preso y lo hace. “No mamá –me dice– no es tu papá”.

¿Por qué ella está tan despierta a la situación?
De ver tanta situación. Acuérdese que hoy está más tremenda la situación. Mejor ellas. Si yo por eso digo: “Ay, dios mío, ayudame”. Se lo juro, yo no sé, como que una venda tengo.

¿Cree que es miedo?
Una parte es miedo y otra parte es que como mujer, no le voy a mentir, lo quiero.

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