Isabela Vides
La Semana Santa se inauguró oficialmente ayer con la celebración del Domingo de Ramos, día en que Jesús entró a Jerusalén antes de su martirio. En Panchimalco, como todos los años, la conmemoración estuvo marcada por multitudes, colorido y ventas.
Palmas pusieron ante Jesús cuando estaba por entrar triunfante a Jerusalén en el lomo de un burro. Palmas batía, frente a la iglesia de Panchimalco, un grupo de mujeres para hacer pupusas y pastelitos en espera de que los fieles salieran de misa y pudieran saciar el apetito y, de paso, ayudar con la reconstrucción del templo, ya centenario, que por ahora ha logrado adornar sus paredes con pintura blanca nueva.
Desde las 7 de la mañana, frente a la ermita Santa Cruz de Panchimalco, esperaban los feligreses, en su mayoría mujeres, con ramitos en mano esperando la bendición del sacerdote, la procesión y la misa de Domingo de Ramos para inaugurar oficialmente la semana mayor.
Entre ellas estaba María Remetina Vásquez. Una mujer que no supera el metro cuarenta de estatura, anda descalza y una toalla le cubre la cabeza. Tiene 60 años y está sola, pero busca a alguna de sus tres hermanas en el lugar.
“Mi familia me dijo que como me iba a encontrar acá con mis hermanas que no venían conmigo, pero hay mucha gente, la verdad es que no tengo idea de dónde puedan estar”, comenta.
Con andar cansino busca donde poner sus pies para no golpearlos contra las piedras de la entrada del templo. Se acerca, ve que ya no hay más lugar para entrar, se persigna y decide irse.
“Vengo todos los años y ninguna vez me había quedado afuera, pero hoy está muy lleno”, apunta.
Se conforma, dice, con haber estado en la procesión y haber recibido del agua bendita para su ramito. Como Vásquez, frente a la ermita otras mujeres llevan la cabeza cubierta y colores vivos en su ropa. Todos tienen su ramo decorado de diferente manera.
Algunos con rosas, otros con buganvilias, y unos más con cruces tejidas con las mismas palmas o recortados, pero todos con la fe de lograr la bendición del padre.
Mientras se agolpan los fieles unos contra otros, la atracción principal es Juguete, el burro. Al igual que Jesús, que entró en Jerusalén en un asno prestado, así la imagen de Panchimalco tuvo que usar el recurso del préstamo. Juguete, que por primera vez carga con semejante responsabilidad, parece estar nervioso. Es arisco y la gente no le gusta del todo.
Pero cuando no pudo más y tuvo que defenderse a patadas fue cuando un perro, distraído y jiotoso, decidió pasearse por debajo de sus costillas como si de pasarela se tratara.
La reacción de los fieles fue lógica: retroceder. Desde ese momento a Juguete se le vio con desconfianza.
A base de empujones y jalones llegó por fin la carga y el Juguete completos al templo, donde solo la imagen seguiría hacia el interior, al altar mayor.
Los primeros en llegar lograron colarse rápidamente en la iglesia, mientras que solo los más afortunados lograron un asiento o un buen lugar para poder ver al sacerdote sin tener que estar cabeceando.
En el atrio los fieles que ya no lograron entrar buscaban resguardarse del sol bajo la sombra de un árbol. El calor era sofocante y muchos desistieron en su intento de entrar al recinto, que lucía abarrotado hasta los pasillos, en los que muchos se habían quedado de pie para poder escuchar la misa.
Los de afuera, de paso, también podían comprar una horchata, venta también de la parroquia y que el mismo sacerdote promocionó antes de concluir la ceremonia. Según él, es en tiempos de crisis cuando los católicos deben aprovechar para asegurar sus bendiciones a través de la limosna.
“Dios les va a multiplicar lo que den. En un montón de tonteras gastan, qué mejor que lo ocupen para el templo del Señor.”
A la salida algunos de los fieles se acordaron de la recomendación del padre y se acercaron a las ventas de pupusas, pastelitos y frescos.
Otros prefirieron los sorbetes y los collares que también estaban en el atrio del templo.
Afuera todo era una feria. Elotes locos, papas fritas, pulseras, juguetes y películas pirata que también tuvieron mercado a pesar de las indicaciones pastorales o la crisis económica mundial.