Por Mario Enrique Paz/Glenda Girón

“Mire, cuando llegamos era un pueblo y ahí no había luz, no había carretera, no había nada. Nos bañábamos en el río, no había ducha ni baño ni nada”. Gaspar Romero fue el acompañante de su hermano Óscar en varias parroquias y su llegada hasta Anamorós, en La Unión, la primera asignada, lo dejó impresionado.

Óscar había regresado de Roma y fue destacado a cumplir oficios a un poblado sin mucho desarrollo y el sacerdote le pidió a su hermano que lo acompañara, este así lo hizo y así lo recuerda.

La estancia en Anamorós fue corta, de febrero a abril de 1944, de aquella primera experiencia clerical al sur-oriente de La Unión queda muy poco. Algunas fe de bautismo, cuyo papel está bastante deteriorado, están conservadas en envolturas plásticas con un color entre amarillo y café por la antigüedad. En muchos tramos se pueden leer nombres y fechas en una caligrafía bien elaborada. Es la letra del arzobispo  Romero y los vestigios de su primera casa parroquial en el país.

Para Gaspar resulta obvio que esa experiencia no fue tan gratificante: “No había ni comida, Monseñor logró que la familia del sacristán nos diera alimento, el pobre alimento que se podía conseguir ahí. Ahí hubo mucha carencia. No había diversión ni nada. No había radio ni nada”.

Hoy Anamorós tiene su carretera asfaltada, hay un par de bancos, un par de edificios modernos y bastante comercio, las quejas del menor de los Romero se verían menguadas. Del sacerdote sin embargo queda muy poco, la corta estancia tiene que ver con ello.

El ambón que utilizó todavía se conserva pero no está en uso. Así lo confirma el padre Rudy Rivas, encargado de la parroquia, quien además asegura que la iglesia fue reconstruida y solo una parte del altar mayor también data de la estancia de Romero en el lugar.

Madera fina muy bien tallada y pintada con barniz dan cuenta de lo bien que se conservan las piezas y es lo poco que resta de la modernización realizada en 1965.

Circular por la ciudad no parece complicado, no hay mucho tráfico pero si se notan varios vehículos y buses del transporte público, nada que ver con los recuerdos de Gaspar: “Teníamos un programa en el que le tocaba visitar Polorós, Lislique y Nueva Esparta. Iba a dar conferencias, confesiones homilías y lo esperaban allá. Hoy vamos a ir a Lislique, me dijo un día, nos fuimos en bestia. Después nos tocaba Concepción de Oriente y había mucha pobreza”.

La beatificación ha llevado de nuevo el nombre de Óscar Romero por aquellos lugares, de hecho el padre Rudy puso manos a la obra y se prepara para subirlo a los altares. Ya se mandó a hacer a Colombia una imagen que el 23 tendrá su sitio en la iglesia. Medirá 1.50 metros de alto, será de resina y fue donada por una familia de la ciudad que reside en Estados Unidos, dice el sacerdote.

El alcalde Salvador Peña, un maestro jubilado que trató a Romero en la Normal Francisco Gavidia, tiene en su agenda dar el nombre a una calle y levantar un busto en el parque.

A lo mejor hoy Gaspar se sentiría más cómodo y más satisfecho en la ciudad, como bien le decía su hermano en aquel Anamorós de antaño: “No hay que protestar, hay que ser obediente y si es voluntad de Dios hay que cumplirla”.

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