El exsecretario general de la OEA y el expresidente de Guatemala llegaron ayer al sótano de la Catedral Metropolitana para visitar la cripta de Monseñor Romero.
Ricardo Flores
Jóvenes, niños, adolescentes, adultos mayores, funcionarios locales y extranjeros… todos han comenzado a visitar con más fuerza el sótano de la Catedral Metropolitana, ahí donde yace la cripta con el cuerpo de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, quien fue nombrado beato el sábado pasado en una multitudinaria ceremonia que presidió el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, como enviado del papa Francisco.
Ayer, dos de esos tantos peregrinos fueron exfuncionarios extranjeros: José Miguel Insulza, exsecretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), y el expresidente de Guatemala Álvaro Colom. Ambos llegaron al mismo tiempo, pero en camionetas separadas, al parqueo de la Catedral y se abrieron paso, cerca de las 9 de la mañana, entre los cientos de personas que participaban en una misa de acción de gracias en el sótano.
Llegaron hasta la figura de bronce que está flanqueada por la representación de los cuatro evangelistas y con el pecho roto por una bola roja, que representa la bala que acabó con la vida del obispo mártir hace 35 años.
Minutos antes, Insulza había dicho que Romero no era un político, aunque muchos lo confunden con un político: “Él era un pastor y ejercía su función cuando lo asesinaron”. Y agregó: “Con su sacrificio no puso fin a la violencia, pero entregó un camino por el cual podía transitar no solo el pueblo salvadoreño, sino de toda América Central y de toda América del Sur, que en ese momento sufrían de dictaduras bastante atroces”.
Adentro, ambos exfuncionarios se acercaron a la figura y guardaron silencio por unos minutos. Lo que pudieron pensar en ese momento solo se puede interpretar por lo que cada uno escribió en el libro de visitas.
“Me acuerdo emocionado de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, quien murió ejerciendo su ministerio por la paz y la no violencia, y se convirtió en un símbolo de los perseguidos y agredidos de toda América”, rubricó Insulza.
Colom escribió esto: “Al beato de los ‘sin voz’ que derrame mucho amor en su país y en C. A.”
A la par, sentada en una silla plástica, Berta había dejado de poner atención al desarrollo de la misa y se preguntaba quiénes eran esos dos hombres que perseguían un puñado de reporteros con cámaras y celulares. Al fondo, cientos de personas entonaban una de las muchas canciones que se han compuesto en honor del beato Romero. Así es como celebran las comunidades de base la misa, con una versión más popular y lejos de la solemnidad del templo principal de la Catedral Metropolitana.
Veinte minutos después, Insulza y Colom abandonaron el templo para retomar sus vehículos en el estacionamiento del templo. Allí, dos microbuses repletos de maletas sobre las carrocerías hacían maniobras para que una docena de guatemaltecos descendieran para poder visitar la cripta de Romero.