Hermanos, sobrinos, familia de Monseñor Óscar Arnulfo Romero vivieron con júbilo el reconocimiento oficial más importante que ha recibido el ahora beato de la Iglesia.
Claudia Ramírez/César Castro/Mario Paz
“No es la primera vez que digo que en ese momento quizá solo nosotros, los más cercanos, sabíamos la clase de hombre que había perdido, no la familia Romero, sino el país”. La frase pertenece a Gaspar Romero, hermano de Monseñor Óscar Arnulfo Romero. La dijo hace apenas una semana, cuando fue entrevistado para preparar el especial previo a la beatificación de su hermano.
La familia de Monseñor Romero entró ayer a la primera línea del área destinada a los invitados especiales poco después de las 8 de la mañana. Gaspar Romero junto con sobrinos y demás familia ocuparon las sillas más cercanas al templete desde donde el cardenal Angelo Amato beatificó a su hermano Óscar Arnulfo.
Y ayer, sentado en esa primera fila, en un lugar privilegiado, como invitado de honor al mayor reconocimiento oficial que ha recibido su hermano, parecía que la historia les daba, como familia, un poco de razón, les regresaba a los Romeros un poco de paz, de reconocimiento. Ayer, los más de 350,000 asistentes a la beatificación de Monseñor Romero –según datos de la Iglesia católica– se sumaron a la familia, porque su presencia decía que habían entendido a quién perdieron hace 35 años, a quién perdió este país también.
Y esas 90 sillas reservadas para la familia del beato también significaron dejar atrás el miedo al reconocimiento de la sangre, dejar atrás los años de anonimato, por la ignorancia de muchos, por el riesgo, por prudencia, por lo que fuera. Ni entonces la familia negó al ahora beato Romero. Ayer, todo era júbilo.
Los hermanos Romero, que le sobreviven a Óscar, Tiberio y Gaspar, ayer fueron blanco de la mayoría de medios de comunicación, por la televisión, por las fotos, por su testimonio. Ayer todos querían conocer más sobre la intimidad familiar del obispo mártir.
Gaspar dijo en televisión que siempre fueron muy unidos como hermanos. Recuerda a Monseñor Romero como alguien de quien siempre recibió palabras de aliento y buenos consejos.
Fue él quien acompañó a Monseñor Romero a su primera asignación sacerdotal en El Salvador, como párroco en Anamorós. Allí, Romero encontró el contraste de lo vivido en Roma durante su formación, en aquella ciudad de primer mundo.
Volvió a hablar de toda la bondad y dijo que era “en extremo generoso”. Aseguró que muchos de los valores de Romero y su familia fueron infundidos por sus padres Santos y Guadalupe.
Gaspar aprovechó las dos horas antes de que la ceremonia iniciara para saludar a decenas de personas, para tomarse fotos y para sonreír. Gaspar sonrió mucho.