Solo una niña apareció con una velita, pues la lluvia no permitió que se encendieran.

Ricardo Flores/Byron Sosa

Aun así la gente caminó bajo la tormenta ayer por la tarde para dirigirse hacia la zona del templete y más tarde escuchar la misa e iniciar la vigilia. Destacó el fervor, la devoción y el amor al obispo mártir que hoy será elevado a los altares. El cardenal Maradiaga destacó el llamado a la reconciliación y a erradicar la violencia de Centroamérica.

“El amor por Monseñor Romero no lo detiene una simple lluvia”, presagiaba Carlos ayer por la tarde frente a la fachada de la Catedral Metropolitana. Uno de los cientos de peregrinos que caminaron bajo una fuerte tormenta hacia el monumento al Divino Salvador del Mundo. Una lluvia que no detuvo el fervor por el obispo mártir.

En la vigilia. Feligreses salvadoreños y extranjeros estuvieron presentes en la misa y la vigilia en la zona del templete.

En la vigilia. Feligreses salvadoreños y extranjeros estuvieron presentes en la misa y la vigilia en la zona del templete.

Los organizadores de lo que la Iglesia católica promocionó como la procesión de luz, la actividad más importante antes de la beatificación de Óscar Arnulfo Romero este día.

La actividad no se detuvo, pero sí se apuró. Un vehículo sonoro se ubicó entre la avenida Cuscatlán y calle Rubén Darío, justo en la esquina de Catedral, para anunciar la formación de docenas de delegaciones de distintas parroquias y también muchos extranjeros.

Frente al vehículo se ubicó German López, un sacerdote de la iglesia anglicana con sede en Santa Ana. Uno de los pocos religiosos que participaron en la procesión. “Se trata de una actividad para preparar el espíritu hacia la beatificación de Romero”, dijo justo cuando las primeras gotas de lluvia caían sobre su sotana negra.

Las palabras de Carlos sobre la lluvia se cumplieron a partir de ese entonces.

Los peregrinos, muchos jóvenes y niños; aunque los más mayores también hicieron número, solo se apartaron de la fila para comprar las sombrías de $2.50 que un almacén promocionaba con un altavoz.

En pocos minutos, las docenas pasaron a ser centenares y la procesión se enrumbó sobre la Darío hacia la alameda Roosevelt bajo la fuerte tormenta que inundó varios tramos de la vía, lo que hacía que los pies se empaparan hasta los huesos.

Unos metros adelante, el frente de la peregrinación fue ocupado por jóvenes de la parroquia San Antonio de Soyapango, quienes se la pasaron levantando seis grandes letras amarillas y azul con blanco que decían “Romero”.

A un costado de los entusiastas muchachos, que caminaron las dos horas que duró la procesión sin protección del agua, iba María, una mujer de 67 años que solo se envolvió una carpeta en su espalda y no dejó de levantar una estampa con el rostro de Romero.

La lluvia cesó a solo metros de llegar a la plaza Salvador del Mundo. Allí, una tarima esperaba a los peregrinos desde donde un hombre daba la bienvenida con una sentencia: “Esta era la procesión de la luz, pero se nos hizo de la lluvia”, dijo al micrófono.

A sus espaldas, una imagen con el rostro de Romero se reflejaba en las paredes de una de las torres de la plaza.

Abajo, un grupo de obispos de varios países se enfundaba en sotanas blancas y estolas rojas.

El fervor que conmueve

“Es muy conmovedor. La sangre de Monseñor Romero es semilla de amor a los pobres. Romero es de aquí, pero también de una Iglesia que es universal”, dijo Roberto González, uno de los obispos que participaría de la misa presidida por el cardenal Maradiaga de Honduras, a quien aún esperaban en la tarima.

Atrás, otros cientos de personas se acomodaban para participar de la vigilia y apartar el mejor puesto para presenciar hoy la beatificación del obispo mártir.

Al costado, Eunice ordenaba unas sillas para pasar la noche y un grupo de hondureños caminaba hacia la misa que ofrecería su paisano.

“Estoy aquí porque creo en Monseñor Romero, a pesar de que soy medio atea”, dijo Eunice con una mano en su boca para cuidarse de no ser escuchada por sus vecinos. Esa multitud que caminó bajo la lluvia y que se quedó plantada cerca del templete para ver cómo la figura de Romero salta hacia el altar 35 años después.

Todos en la homilía

Muchos de los que acompañaron la procesión tuvieron que buscar cómo ubicarse, otros tantos ya estaban esperando seguros, en la tarima el cardenal Maradiaga alzaba la voz para enfatizar que la liturgia de la Iglesia católica destaca el ejemplo de vida de los beatos y santos, y Romero pasa a ser un ejemplo para el pueblo salvadoreño y americano en general, su mensaje hizo eco en el continente, por eso para muchos es “San Romero de América”.

El cardenal hizo un giro hacia la realidad que vive el país, incluso su país, y otros tantos del continente al parafrasear al desde hoy beato: “No podemos dejar que siga reinando la violencia irracional, nadie tiene derecho a quitarle la vida a nadie”, argumentó.

Luego hizo una alusión a lo fratricida que es la violencia al asegurar que se tiene un “síndrome de Caín” y ha hecho mucho daño a la sociedad. El sacerdote agregó que en los tiempos actuales se necesita “una Iglesia más samaritana, más con el que sufre la violencia”.

Maradiaga pensaba en El salvador, pensaba en Centroamérica y sus palabras seguían flotando en una multitud que evocaba al obispo y mártir.

“No queremos que se siga la cultura de la muerte, sino de la vida y que por la intervención de Romero se llegue a la erradicación de la violencia en Centroamérica”.

Más tarde hizo un llamado a la reconciliación y a recibir el mensaje y legado de Monseñor con el corazón abierto. “Debemos ver este martirio con los ojos del corazón, no con la ideología, sino con los ojos del amor”.

La lluvia había menguado y la gente parecía más cómoda y dispuesta a esperar la vigilia, la beatificación misma, les esperaba una larga noche, pero para muchos una santa noche, ya esperaron 35 años y solo restaban unas horas para el alba, el día esperado llegó.

© 2015 Beatificación de Monseñor Romero.