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Fecha: Ene 1 2012


Ni los muertos ni la violencia terminaron con un papel firmado en México. En los últimos 12 años se han cometido casi 40,000 homicidios en el país. El 16 de enero de 1992, con la paz recién estrenada, dos jóvenes fueron atacados en el centro de San Salvador, en plena celebración histórica. Uno de ellos murió horas después y el otro quedó paralítico. Así comenzó la paz en El Salvador.

Suchit Chávez
El Juzgado Cuarto de Paz de San Salvador tenía bajo su responsabilidad el turno de 24 horas entre el 16 y el 17 de enero de 1992. Mientras una multitudinaria celebración se cocinaba en la plaza Gerardo Barrios, en el centro de San Salvador, frente a una Catedral gris con ortodoncia de andamios y vestida de mantas y los Acuerdos de Paz recién rubricados en México, el juez, el fiscal adscrito y el forense de turno hacían los reconocimientos de los primeros muertos en un país que terminaba una guerra.

Uno de esos cadáveres que el juez José Miguel Valdés Iraheta reconoció legalmente fue el de Efraín Landaverde. Sucedió en las primeras horas de ese jueves 16 de enero. Una muerte “natural”: Landaverde fue una de las cinco víctimas de la epidemia de cólera que inundó el país a finales de 1991 y principios de 1992. Más de 2,000 contagiados, 500 casos solo en la capital. Otras dos muertes de ese día aparecen con la leyenda de sobre averiguar: la de una mujer llamada Lucía Elena Otero y la de un hombre que no se pudo identificar.

El juez Valdés reconoció un cuarto cadáver: un homicidio. Dos jóvenes fueron baleados durante la celebración de los Acuerdos de Paz, un caso que 20 años después aún no tiene respuesta. Carlos Baires murió en una camilla del Hospital Rosales. Juan Candray Santos, que se encontraba junto con Carlos a pocos metros del parque Hula Hula cuando ocurrió el ataque, recibió cuatro balazos. Uno de ellos le alcanzó la columna vertebral y le volvió trapo las piernas. Juan estuvo en silla de ruedas hasta septiembre de 1999.

En 1991, además de la epidemia de cólera, los acuerdos políticos de cese al fuego tomaron una marcha más acelerada, con reuniones constantes en Nueva York entre los representantes del Gobierno y los comandantes guerrilleros. Durante los primeros días de enero de 1992 ya era público que el fin de la guerra se firmaría el día 16. Cuando los signatarios de parte de la guerrilla llegaron esa noche desde Chapultepec a la plaza Barrios, Carlos y Juan tenían horas esperando el acontecimiento histórico.

Ataque en el centro

La madre de Carlos Baires vio por última vez a su hijo el 16 de enero a las 5 de la tarde. Había regresado temprano de su trabajo en la Federación de Cooperativas Agropecuarias (FEDECOOPADES), dice la mujer. Carlos era Ingeniero Agrónomo graduado en 1989 de la Universidad de El Salvador (UES). Trabajaba en cuestiones agrícolas, recuerda hoy su madre, con grupos de exiliados salvadoreños que habían regresado desde Honduras antes de la firma. “Ya aquí decíamos que iba a haber paz y esta gente volvió”, recuerda la madre.

—¿Ya está la cena, mamá?

A las 5 de la tarde la cena no estaba lista en la casa de los Baires. Carlos dijo entonces que regresaría después. Se despidió de su madre y trepó con sus zapatos negros de cuero volteado a un jeep junto con un compañero de trabajo, a quien la familia solo conocía como Vicente. Iban hacia la plaza Barrios.

Juan Candray Santos salió de su casa desde la mañana de ese jueves. La ronda inició a las 9 de la mañana con la visita a unos amigos en la colonia Dina. A las 2 de la tarde ya estaba en el centro capitalino junto a otros amigos: Juan Carlos y “el Chele”. Almorzó con ellos y regresó a la plaza Barrios poco después, donde gastaría horas entre las miles de personas que coparon el lugar y sus alrededores.

Cuando se encontró con Carlos, cerca de las 8 de la noche, la Orquesta San Vicente atronaba con su son. Juntos, en compañía de otros amigos de Carlos, bebieron cerveza durante un par de horas. Según Juan, fueron cuatro cada uno. Después los amigos de Carlos se despidieron; entre ellos, Vicente.

Cerca de la medianoche, Carlos quiso comer. Los comandantes guerrilleros que habían estado durante el día en México ya estaban en el centro, presentados uno a uno por Gerson Martínez, actual ministro de Obras Públicas. Juan, quien se había vuelto a reunir con Carlos, lo acompañó hasta el parque Hula Hula a comprar hamburguesas.

Ahí, luego de comer, ambos decidieron marcharse a casa. Juan, estudiante de cuarto año de Derecho, litigante sin haberse graduado, había conocido a Carlos en la cafetería de la UES. No eran muy cercanos. Según Juan, se conocían hacía un mes. Caminaron hacia la plaza 14 de Julio, cerca de una farmacia, para buscar un taxi.

Lo que sucedió después difiere de versión a versión, incluso de los involucrados. Pocas horas después de sucedido el ataque, algunos familiares así lo sostienen, se habló que este fue ejecutado por dos hombres que portaban banderas del partido ARENA y que vestían de civil. Primero dispararon a Carlos. La bala certera le atravesó su camisa cuadriculada en el lado derecho del abdomen y continuó su trayectoria fatal hasta perforarle dos veces el intestino delgado, rasgarle la vena cava inferior e incrustársele en la tercera vértebra lumbar. No salió de su cuerpo.

Juan se abalanzó para parar el ataque y las balas fueron raudas con él. Le dañaron el brazo izquierdo, el diafragma, el estómago, el pulmón izquierdo y, similar a Carlos, una bala fue a parar a su columna. Juan se desmayó.

A las 3 de la madrugada, la puerta de la familia Baires fue aporreada. Era Vicente. Quien abrió fue el papá de Carlos. Vicente les dijo que Carlos, el ingeniero de 28 años, había sufrido un accidente y había sido ingresado en el Hospital Rosales. El hermano de Carlos salió a prisa para averiguar.

La madre de Carlos, 20 años después, recuerda: “A mí no me quisieron decir mucho, me dijeron nada más que fue un accidente y ya no me dejaron verlo hasta en la funeraria”.

Cuando el hermano de Carlos llegó al hospital, encontró a Juan despierto pero peleando por mantenerse vivo. Le habían puesto una sonda en la nariz y aún preguntaba: “¿Carlos, dónde estás? ¿Carlos, dónde estás?” El hombre se acercó a preguntar por su hermano. Juan contó brevemente que los habían atacado dos hombres que llevaban las banderas, que los habían baleado cerca de la farmacia y que le avisara a sus parientes.

En los reportes legales quedó escrito que Carlos murió aproximadamente a las 4:30 de la madrugada del 17 de enero. La bala que le lesionó la vena cava, una de las dos más grandes que tiene el cuerpo, provocó una hemorragia masiva que hizo que se le acumulara un litro de sangre en su interior.

Juan fue entrevistado por investigadores casi una semana después de haber sido atacado. Los días posteriores al tiroteo del centro había permanecido casi sin poder hablar. Estaba débil. En la versión de Juan, recogida por los investigadores de la Policía Nacional, cambiaron algunas cosas: los atacantes fueron tres, no andaban banderas y todo se trató de un asalto. Según Juan, cuando los atracadores les exigieron dinero, Carlos se opuso y fue cuando surgió la balacera. También dijo que era incapaz de dar detalles físicos de ellos, que estaba ebrio y no lo recordaba.

Las investigaciones previas fueron enviadas por el Juzgado Cuarto de Paz al Cuarto de lo Penal (actualmente de Instrucción) en febrero. Lo único que pasó desde que se recibió el expediente fue que el caso de Juan se anexó al de Carlos. Los policías que hicieron la inspección del lugar del ataque, un día después, no encontraron nada.

El 13 de marzo de 1992, el Cuarto de lo Penal le dio una certificación de la autopsia de Carlos a su madre. Ella la pidió a través del fiscal del caso. Dijo que buscaría por su parte, que preguntaría en ONUSAL, la misión de observadores de Naciones Unidas que se había establecido en el país desde 1991 para seguir de cerca el cumplimiento de los Acuerdos firmados.

La madre de Carlos sobrepasa ahora los 70 años. En su hogar, Carlos tiene un lugar preeminente. Sus fotos y su título de agrónomo están en primer plano de la sala. Moreno, de bigote, con lentes, delgado, 1.74 metros. Carlos aparece repetido varias veces en las imágenes, en algunas ocasiones solo, otras con su familia.

De voz muy suave, la madre de Carlos confirma que fue a ONUSAL, también al archivo del Arzobispado y a la Policía Nacional. En todas partes le dijeron lo mismo: que era complicado averiguar. Demasiadas personas juntas en el mismo lugar, difícil hallazgo de un testigo, que no había pistas. “No le exagero, fui como 40 veces a la policía”, dice.

El caso fue archivado definitivamente el 28 de julio de 1992 por el Juzgado Cuarto de lo Penal, con un escueto “por no haber resultado persona responsable en el hecho investigado ni más diligencias que ordenar, archívese el presente juicio sin perjuicio de que pueda ser reabierto al ser/resultar persona involucrada”.

La mujer dejó de buscar. Dice que ya se siente en paz interior. La única respuesta oficial que tiene son esos papeles archivados, amarillentos ahora. La religión la ha ayudado, dice, y tras ella hay un escapulario de cerca de un metro hecho de semillas. Sin embargo, pese a las dos décadas y a sus rezos, aún llora cuando se le menciona el nombre de su hijo.

La madre de Carlos tuvo una epifanía con la muerte de su hijo. “Todo se me vino encima, fue pasarlo otra vez todo”, asegura. Ella dice que nueve años después, su esposo fue tiroteado cerca de su hogar con un símil que espanta: él con otra persona, abordados por dos atacantes, tiro de bala en el lado derecho del abdomen. Su esposo fue asesinado siete días antes del noveno aniversario de la muerte de Carlos. El 9 de enero de 2001. Tampoco hubo arrestos, ni identificaciones, ni respuestas en tiempos de paz.

“¿Cómo puedo creer que hay paz en el país?”, cuestiona la mujer en estos días. “¿Qué diferencia hay en un montón de niños asesinados y quemados en El Mozote y un montón de gente quemada en un microbús?”, pregunta haciendo un parangón entre la masacre de diciembre de 1981 en Morazán y la del microbús de Mejicanos en junio de 2010.

Para la madre de Carlos, aunque su hijo no perteneció a ningún partido político “ni anduvo metido en nada”, según ella, quienes lo mataron fueron “los de la Policía Nacional. Era gente entrenada, sabía cómo usar armas”. Ella piensa que el ataque pudo estar alentado por el trabajo que él desarrollaba con desplazados. Quienes le contaron cómo sucedió el tiroteo fueron unos niños que estaban con su hijo, asegura la mujer. Niños que habían llegado, según ella, desde las zonas rurales donde trabajaba Carlos a la celebración de la paz en la plaza Barrios.

El herido del Hula Hula

Juan Candray Santos no es fácil de encontrar. La madre de Carlos Baires cuenta que durante unos dos años ella y su esposo visitaron al joven que resultó herido el día que Carlos murió. La mujer indica que Juan se acogió al programa de lisiados de guerra. Luego se cambió de casa y le perdieron la pista.

El Fondo de Protección de Lisiados y Discapacitados a Consecuencia del Conflicto Armado (FOPROLYD) confirmó que Juan fue beneficiario y pensionado. Le establecieron 85% de discapacidad física, una de las más altas. Pero dejó de llegar a reclamar su pensión desde 2000. Juan dijo en su entrevista con el fondo, la que sirvió para diagnosticar su caso, que era excombatiente del FMLN. Les aseguró que había sido herido en un enfrentamiento. Juan obtuvo ayuda de la institución: una silla de ruedas y la pensión.

“Se le ha enviado correspondencia a la última dirección que él dejó, pero no ha contestado”, informa la encargada de comunicaciones del fondo. La pensión fue suspendida desde entonces, en 2000.

Juan no está en la última dirección que dejó como su residencia. El teléfono de contacto lanza un mensaje al oído que el número no existe. Del Registro Nacional de Personas Naturales (RNPN) explican que nunca sacó un DUI, documento que empezó a emitirse en 2001 en el país. Sí tienen de él una partida de nacimiento que reseña que debe rondar los 46 años actualmente.

Juan usó silla de ruedas desde que abandonó el hospital tras el ataque del 16 de enero de 1992. Sus hermanas, ubicadas en una vieja dirección dada con imprecisión por él en una entrevista con autoridades judiciales, dicen que desde que salió del hospital hubo que ayudarlo en todo. “Se volvió como niño”, sostiene una de ellas. Y aunque quedó bajo cuidado de otro familiar, les consta que no pudo seguir estudiando ni trabajando.

Una de las hermanas cuenta su versión: “Mi hermano era de los Comandos Urbanos. A ellos quienes les disparó fue la Policía Nacional”. Está convencida, al igual que la mamá de Carlos, que esos detalles no fueron mencionados ante el juez por miedo a más represalias. “Yo al día siguiente llegué tarde a mi trabajo, una compañera me preguntó qué me había pasado y le conté lo de mi hermano. Me dijo que por qué no le dije antes, que ella estaba ahí (en la celebración), que quienes le dispararon fueron policías, que ella reconoció a uno”, cuenta la familiar. A ellas también se les vuelven agua los ojos con el nombre de su hermano, el menor de varios.

Juan murió el 27 de septiembre de 1999. Dicen sus hermanas que hablaba poco de lo que le había pasado. Con los años se le desarrolló insuficiencia renal. “Fue por lo mismo, todo le vino a causa de eso, por la bala que todavía tenía en la columna. Dijeron (los médicos) que era bien arriesgado si le quitaban la bala y así murió él con eso”, piensa la hermana.

También son de la idea de que paz es una palabra vacua. “No se puede hablar de paz, mire la situación que estamos viviendo. La juventud está pagando ahora los platos rotos”, dice la hermana de Juan. Sí hace diferencias, sin embargo, entre la violencia de ambos momentos. “Hoy no es a causa de la guerra, de que queremos que el país sea diferente, el sueño era ver que este país fuera diferente. Ahora no, los cipotes se meten a pleitos, son diferentes las causas. Hoy es de odio entre la juventud”, sostiene.

La hermana de Juan indica que muy pocos de sus excompañeros se acercaron a verlo cuando quedó postrado. Menciona que Juan incluso fue conocido del actual canciller de la República, Hugo Martínez.

El ministro Martínez confirma que conoció a ambos. “Los recuerdo como personas activas en el movimiento estudiantil. Juan, Candray creo que era, era bastante activo”, dice Martínez.

El canciller se abstiene de dar una opinión oficial. Dice que no le compete. Pero sí cree, a título personal, que “por las características del hecho, me da la impresión que podría tener una arista o tinte político, pero no quiero que se tome como una opinión concluyente”.

Tampoco se atreve a hacer una comparación entre la violencia manifiesta del ataque (dos víctimas jóvenes, hombres, con armas de fuego implicadas e impunidad en el caso), que es la constante en los homicidios actuales. “Tendría que sustentarse en un profundo estudio sociológico, incluso antropológico”, reflexiona el canciller.

El listado de las víctimas de la violencia post Acuerdos de Paz acumula miles de nombres. Solo en los últimos 12 años, entre 2000 y 2011, fueron asesinados 39,476 salvadoreños y salvadoreñas en todo el país, según cifras del Instituto de Medicina Legal. Doce homicidios cada día, víctimas como Carlos Baires, víctimas en tiempos de paz.