La voz de sus homilías volvió a resonar cerca de la Catedral Metropolitana. Ahí desde las ventas de discos, camisetas y pósteres. Y su imagen retornó, amplificada desde una enorme pantalla colocada ante el frontispicio de la principal iglesia capitalina, en los mismos graderíos donde hace 35 años cientos de personas se apretujaron para escapar de un ataque militar, durante la misa de sus exequias. Monseñor Óscar Arnulfo Romero, el nuevo beato, regresó más de tres décadas después al lugar donde personas como Augusto Gamero, de 78 años, llegaba a escucharlo todos los domingos.

Por Suchit Chávez

La plaza Barrios, frente a la Catedral Metropolitana, se convirtió en una iglesia a cielo abierto: decenas de personas presenciaron la misa de beatificación del arzobispo asesinado en marzo de 1980 con la misma solemnidad que otras tantas lo hicieron adentro, frente a una pantalla de menor tamaño. Desde 18 potentes bocinas, nueve a cada lado de la pantalla gigante, el llamado de las campanas que anunció el ingreso de los sacerdotes a la plaza del Divino Salvador del Mundo silenció por unos segundos el bullicio del centro histórico. Y durante las horas que duró la beatificación múltiples personas permanecieron sin moverse un ápice de la plaza Barrios.

Metros más abajo, en la cripta de la catedral donde está enterrado Romero, un número cambiante entre las 20 y 30 personas llegaban a rendir homenaje al beato. Con flores. Con rezos. Con lágrimas. Tocaban brevemente su catafalco y se persignaban.

Edelmira Orellana, de 65 años, oraba a los pies y se limpiaba las lágrimas al borde del monumento. “Él (Romero) fue cambiándome mi manera de vivir. Yo era bien enojada. Demasiado. Todavía lo soy y yo lo que le estoy pidiendo es que me ayude con mi hijo mayor, por eso estoy llorando”, comentó. Le pide que lo cambie, comenta.

Antonia Vega también llora frente al monumento. “Me siento así porque recuerdo todos los momentos más críticos aquí en el país. Y él siempre estuvo al lado de los pobres, defendiéndonos con su voz porque era la única arma que él tenía y eso es de agradecérselo”, comenta. El día que asesinaron a Romero, relata, una prima logró escapar, saltándose la verja de la Catedral, sin zapatos y llena de golpes. “Siempre hemos seguido a Romero”, dice.

Otros, como la familia Escalante, prefirieron rendirle homenaje simplemente estando en silencio en la cripta “hasta la hora que aguantemos por acá”, dijo Juan Escalante y agrega: “Creo que sí se debe reabrir el caso (de Romero) y enrumbar este país en el camino a la verdad. Los jóvenes necesitan saber que pasó a la vuelta de la esquina”.

Al mediodía, cuando la misa de beatificación finalizó, la cripta comenzó a recibir más visitantes. Uno de ellos fue el presidente de Ecuador, Rafael Correa, quien fue precedido de un amplio operativo de seguridad y una ofrenda floral en forma de la bandera de Ecuador llevada por miembros de la embajada de su país.

Correa acudió con una considerable comitiva y permaneció cerca de cinco minutos frente al catafalco del arzobispo. Firmó el libro de visitas y fue despedido con aplausos por algunos de los visitantes, además, asediado por algunos para tomarse fotografías con él.

© 2015 Beatificación de Monseñor Romero.