Francisca Zayas, de 67 años, le pidió ayuda a Alfonso para poder llegar desde el Hospital Divina Providencia hasta la capilla donde instalaron una pantalla para que los feligreses observaran la beatificación de Monseñor Óscar Arnulfo Romero. Agarrados de los brazos caminaron varios metros juntos. Al andar, ella se agarraba el estómago y él sostenía su sonda.
Loida Martínez Avelar
La pantalla habilitada en el hospitalito, como popularmente se le conoce al lugar, fue colocada en el altar, a un metro del sitio donde Romero cayó tras recibir en el pecho un disparo de un proyectil el 24 de marzo de 1980.
Francisca y Alfonso se conocieron en medio de tratamientos médicos que brindan a los pacientes con cáncer en fase terminal. Ambos observaron el evento y aplaudieron los cánticos. A pesar de los dolores provocados por el cáncer y la somnolencia que les generan los medicamentos han consolidado su amistad y se ayudan al caminar.
Observaron el acto de beatificación 50 minutos, porque les dolió la espalda y prefirieron regresar a su cama.
“Vienen con alegría, Señor, cantando vienen con alegría, Señor, los que caminan por la vida, Señor, sembrando tu paz y amor”, cantaron las 75 personas que observaron el acto en la capilla del centro médico.
En el Hospital Divina Providencia brindan atención médica gratuita a pacientes que son desahuciados de los sistemas de salud por la gravedad del cáncer que padecen. En ese lugar, Monseñor Romero pasó sus últimos años de vida. El sitio marca el destino del beato.
Francisca tiene dos meses de estar ingresada en el Divina Providencia y no le gusta hablar sobre la enfermedad que padece. En cambio, prefiere recordar su terruño: Usulután, ubicado en la zona oriental. También habla de su cumpleaños que acaba de pasar, el miércoles 20 de mayo, día en que no recibió visitas. Una de las amigas de Francisca relata que la señora está hospitalizada porque se le han hinchado los pies después de una operación de la matriz. La usuluteca no menciona en ningún momento el cáncer.
Francisca siente un profundo respeto por Monseñor Romero y recuerda que el día que lo asesinaron tuvo que abandonar una discoteca ubicada en el centro de San Salvador debido al caos que se apoderó de la ciudad. “Me gustaba ir a las discotecas, porque trabajaba en San Salvador, pero cuando lo mataron todo cambió. Era un hombre bueno que todos querían”, dijo la señora.
El Hospital Divina Providencia tiene habilitadas 70 camillas y en promedio entre 55 y 60 pacientes son atendidos cada semana. El centro médico opera gracias a donativos internacionales y de altruistas.
La misa de la beatificación fue transmitida en cadena nacional y los feligreses de la capilla del hospitalito, en su mayoría ancianos, la observaron desde las bancas de la iglesia. Palmas con flores de colores adornaron la entrada del templo y miembros del Batallón Presidencial y de la PNC brindaban seguridad afuera de la capilla.
“El beato Óscar Arnulfo Romero era un santo”, dice Agustín Aguirre, de 78 años, que ayer vivió el acto eclesiástico en el Divina Providencia. “Donde están dos o tres reunidos en nombre de Dios allí está él. Dios y Monseñor estuvieron aquí hoy. Yo lo vi”, concluye el anciano.