No les importó mojarse. Muchos lo tomaron como una bendición del cielo (literalmente). No les pesó caminar desde la Catedral Metropolitana, en San Salvador, hasta la zona de la plaza del Salvador del Mundo, y ofrecieron el peregrinaje a Monseñor Óscar Arnulfo Romero, el ahora beato.
Por Byron Sosa
Acompañar la procesión de la luz desde el centro capitalino se convirtió para cientos de personas en la forma de mostrar su fervor religioso y su júbilo por un momento trascendental en la historia del país: la beatificación de Monseñor Romero.
Adultos y niños, bajo sombrillas y plásticos, caminaron varias cuadras hasta llegar al destino, cerca de la plaza del Salvador del Mundo, donde se celebraría la santa misa presidida por el cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga.
Un poco después de las 7 de la noche, el prelado hondureño recordó la fecha del asesinato del ahora beato diciendo: “Hace 35 años… Y llega precisamente en este momento como culminación y apertura de otro, porque esta beatificación viene con bendiciones para todo este querido pueblo salvadoreño, para toda esta Iglesia y especialmente también para este continente”. Estas palabras, justo al iniciar la eucaristía, incrementaron el júbilo de los presentes.
Fue una gran noche para el pueblo católico. La lluvia no les arruinó el momento, la gente se cubrió con sombrillas, plásticos y toldos. Sin embargo, la tormenta sí impidió que se entregara la comunión a los presentes.
Previo a ello, el cardenal hondureño recordó que en su momento le preguntó a Juan Pablo II por la beatificación de Romero y que le reiteró que Monseñor debía ser beatificado porque había muerto en el momento más importante de la misa: en el de la eucaristía.
Maradiaga hizo un llamado a no dejar que reine la violencia irracional, porque “nadie tiene el derecho de quitarle la vida a nadie… Ese síndrome de Caín nos ha hecho daño”.
Tras la misa, cerca de las 9 de la noche, la vigilia inició. Fundaciones y congregaciones acompañadas de grupos musicales y coros animaron a los peregrinos, que pese a la lluvia se mantuvieron firmes, casi en su mayoría, hasta la medianoche.
Hasta esa hora algunos comenzaron a retirarse a sus casas y otros a buscar dónde pernoctar en las zonas aledañas: en el suelo sobre plásticos, en tiendas de campaña en las calles y aceras o en centros comerciales, algunos pasaron la noche y madrugada sentados. No importaron las condiciones en las que estaban, el objetivo era estar presentes en la beatificación de su mártir.
En los alrededores, junto a los peregrinos, también proliferaron las ventas de todo tipo: comida, artículos promocionales de Romero, bancos de plástico y sombrillas.
En la vigilia participaron la Fundación Monseñor Romero, la Congregación de la Compañía de Jesús, la Congregación Franciscana, y cerró desde las 3 de la mañana la Congregación de los Claretianos.
Ya cerca de las 5 de la mañana, los que “madrugaron” se fueron acercando lo más posible al templete para, según ellos, estar cerca de la bendición que iban a recibir tras la beatificación de Monseñor Romero. El pueblo quería estar cerca de su santo, en uno de los momentos más importantes de su historia.