DICEN QUE LOS MILAGROS, COMO EL QUE SUCEDIÓ ANTE PANAMÁ, NO TIENEN EXPLICACIÓN.

Escrito por Fernando Palomo

La historia y el presente estaban en su contra. Los dirigidos por Carlos De los Cobos habían perdido en la ida de su serie de eliminación rumbo a la copa del mundo 2010 ante Panamá, un equipo que en el último proceso mundialista estuvo entre los seis mejores de la región. La Azul tenía su fútbol metido en un traumático descenso colectivo, aquejado por los endémicos males de la dirigencia. El deporte más importante del país había sufrido un divorcio con su afición. La vuelta en el Cuscatlán podía ser un partido especial o uno más para sumar a una historia reciente llena de decepciones.

El Salvador tenía que ganar por dos goles para clasificarse a la fase de grupos de la CONCACAF. Pero estaba la cruda realidad: la selección solo había anotado más de dos goles en siete de los últimos 20 juegos.

El primer partido que dirigió De los Cobos en El Salvador fue curiosamente ante Panamá. Un empate sin goles en noviembre de 2006, cuando “el Coloso” recibió a menos de 10,000 aficionados que mostraron su irónico repudio a los jugadores. “Me incomodó la situación, me abrió los ojos para darme cuenta qué momento vivía nuestra selección. La gente estaba cansada”, dice De los Cobos.

A Carlos lo conocen de su época de jugador como un táctico en el campo, alguien que ubicaba bien a sus compañeros. Como técnico reconocen que siempre armó buenos grupos. Dos etapas de su vida y dos valores que coinciden: gran formador y una desarrollada capacidad de lectura del juego. Valores que se pusieron en juego en los dramáticos minutos de ese día de junio. “Ha sido el partido más emocionante que he vivido”, cuenta De los Cobos.

“Esto es más que una camiseta. ¡Esto es nuestra familia, es nuestra historia! Que no nos quede nada. Hoy jugamos por el que tenemos al lado. ¡Vamos!” Más o menos así fue la arenga del DT en la charla previa a ese partido ante Panamá. Aquella tarde, El Salvador se fue al descanso abajo en el marcador y bañado por una tormenta especial. Dicen que los milagros no tienen explicación científica. Había fe. “Mi fe ha crecido mucho desde que llegué a El Salvador. Es un país con mucha fe, y los muchachos me transmiten eso a diario”.

El equipo salió a buscar el partido en el segundo tiempo. El empate cayó a 20 minutos del cierre; y el 2-1 a los ’36 del segundo tiempo, ambos goles obra de Cheyo. La historia cambiaba, el presente corregía el camino. A dos minutos del final, Anaya y su descolgada de fe: cerró los ojos y le pegó con dirección al arco, se desvió en Chepe y descolocó al arquero panameño.

Aquel partido devolvió en los jugadores el amor por la camisa, enamoró al hincha, encontró en De los Cobos a un amigo, quien dice: “Si hoy tuviese que cambiar de nacionalidad, no me cabe la menor duda de que me haría salvadoreño”. El milagro de la tormenta sigue moviéndonos.