“Tuve que dejar de comprarme zapatos y ropa. Me vine a platea porque es donde venimos con los amigos. Con comida y transporte son casi $80.”
Carlos Zamora, aficionado salvadoreño{/tcomillas}{icomillas}
“Estuvimos trabajando una semana en el centro, de 7 a 7 en el puesto de lácteos de un tío. De premio, nos compró las entradas.”
Amado Portillo, aficionado salvadoreño{/tcomillas}{icomillas}
“Hemos tenido que quitarle algunas cosas al menú para poder pagar. Con eso y con unos dolaritos que los hermanos lejanos nos han enviado.”
Eriberto Morán, aficionado salvadoreño
Los siempre sospechosos de todo. Los mejores artesanos del mundo. Los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo. Los que, pese a no ganar sueldos de $5,000, se rebuscan de una y otra manera para conseguir recolectar lo que valga una entrada de cualquier localidad para ver un partido de su selección. Los salvadoreños.
En el cielo y el infierno del estadio Cuscatlán, desde temprano ayer por la mañana se llegaron uno a uno, pocos a pocos, graníticos como los centavos que, aseguraron, reunieron durante los últimos dos meses para poder pagarse una entrada al estadio.
Con sacrificios de todo tipo. Desde los jóvenes que tuvieron que buscar trabajo para que, de premio, les compraran una entrada; hasta los que, como Carlos Zamora, se olvidaron de su estreno navideño para poder pagar los $60 que valía un boleto, rectangular y azul, pequeño y brilloso, para la zona de platea.
“Tuve que dejar de comprarme zapatos y ropa. Pero me vine a platea porque acá es donde venimos siempre con los amigos. Además, con la comida y el transporte terminan siendo casi $80”, dice uno de tantos hacelotodo.
También están los vendelotodo. Como uno de los vendedores informales, que no quiso decir su nombre, pero sí su historia: empeñar una máquina de su taller de llantas, por la que recibió $2,000 que ocupó para comprar, y luego revender, entradas.
Pero si estaba caro en taquilla, poco podría hacer también el mercado negro, que hasta las 11 de la mañana aún daba a $9 la entrada a sol general, valorada en $8.
No. Definitivamente, la gente prefería el precio, aún caro, pero más barato, de la taquilla. Fue entonces que siguieron apareciendo los que tuvieron un poco más de suerte.
Entre ellos hay que contar a Amado Portillo y a William Recinos: los premiados anteriormente mencionados. Pero luego de haber trabajado, por supuesto. “Estuvimos trabajando una semana en el centro, de 7 de la mañana a 7 de la noche en el puesto de lácteos de un tío”, confesaron mientras, a pleno sol de mediodía, esperaban que pasaran las horas. Primero, para que abrieran las puertas; segundo, para que se llegara la hora del juego.
También Eriberto Morán, otro aficionado que asimismo recurrió al ahorro para, apenas, poder comprar una entrada a sol. “Hemos tenido que quitarle algunas cosas al menú para poder pagar. Con eso y con unos dolaritos que los hermanos lejanos nos han enviado”, así es como Morán se costeó una entrada, que no pudo hacer extensiva a su familia. “Mi esposa me pidió que la trajera, pero solo uno sabe lo incómodo que es estar en sol”, agregó.
Una vez se llegó —la apertura de las puertas y la hora del juego—, estaban ya todos adentro, entonando el himno como un poema de amor a la selección. Los hacelotodo, los vendelotodo, los tristes más tristes del mundo (cuando se pierde), los alegres más alegres del mundo (cuando se gana). Los salvadoreños.
febrero 16th, 2009 at 4:09 pm
Tenemos que ser mas concientes con los precios, por la economia tan dificil en que vivimos.Hay que dejar los precios como la ronda anterior para tener estadio lleno .Y mas apoyo para azul.DIOS vendiga a nuestra jente que sienpre se sacrifica extra para apoyar a nuestra seleccion julio melara