En la no tan fría pero sí muy ventosa ciudad de Columbus, la selección de Estados Unidos extendió su paternidad sobre México. Sin sobrarle nada, pero con mayor jerarquía, con mucho orden y disciplina táctica, el equipo de Bob Bradley, con dos goles de su hijo, Michael, ganó merecidamente el “clásico norteamericano”.
Entre los titulares de los locales había ocho “europeos” que alcanzaron a entrenar dos veces juntos antes de este juego. México puso cinco que llegaron de afuera con el mismo handicap. La diferencia fue que Estados Unidos no solo fue ordenado, sino que dejó la impresión de ser un plantel que se conoce y entiende, lo que pretende su técnico sin importar la cantidad de entrenamientos con equipo completo. Juegan de memoria.
México cambia planteos y jugadores de un partido a otro, el sueco Eriksson no le encuentra la vuelta al equipo y eso queda plasmado en la cancha. Además, su capitán Rafa Márquez en vez de ejercer su liderazgo se hace expulsar en los partidos más calientes, como el del miércoles.
Al “Tri” tampoco le sobra absolutamente nada y su mejor jugador en esta eliminatoria parece que será la altitud de su capital. Aún así tiene demasiados buenos jugadores como para no tener que vivir angustiado desde tan temprano.
Creo que hay una falla en la elección de los mismos y en el sistema que se está utilizando.
No estoy seguro de que Eriksson haya terminado de entender la idiosincrasia del fútbol mexicano y me parece que no está pudiendo sacar el mayor provecho a su equipo.
Además, parece haber perdido por completo la confianza de la opinión pública y de gran parte de la prensa azteca. Habrá que ver si todavía conserva la de sus jugadores.