Delmy López tiene un puesto de venta de camisas a la entrada del estadio Cuscatlán, José Arana es un albañil del centro de San Salvador y Fidel Meléndez es trabajador de una empresa de productos alimenticios de Soyapango. Ninguno de los tres se conoce entre sí, aunque pudieran haberlo hecho, sin saberlo, ayer.

La primera es una revendedora de boletos —esos mismos que ya están agotados en un 90 por ciento— para el partido de El Salvador del próximo sábado ante Estados Unidos. Los otros dos son aficionados que, si bien no le compraron su boleto a López, forman —y formarán— parte de esa masa azul que parece llenará “el Coloso de Monserrat” el sábado.

Es precisamente ese sentimiento el que los une a los tres, y a más de ellos. Para la eterna rebusca por comprar un boleto, para la eterna rebusca por revenderlo. Todo inicia y también termina en la taquilla, porque de ahí es donde salen los boletos que le sirven de venta a López y que compran Arana y Meléndez.

Los que venden…

La primera es la que más se suelta a la hora de hablar. Porque sino ni siquiera podría hacerse de su materia prima, ya que revela que, dado que a cada persona se le venden no más de dos boletos, tienen que recurrir al ingenio para adquirirlos.

¿Cómo le hacen? “Le pagamos $1 a las personas para que nos los compren.” Les dan el dinero para las entradas —más de sol general que de otra localidad— y se quedan a la espera de que el individuo regrese con los boletos, porque “ya ha habido vivos que se han ido con el dinero”, admite López, mientras sus compañeros de oficio ofrecen a $30 las entradas a sombra que, oficialmente, valen $15.

Pero cuando no hay vivos que se lleven el dinero, ese es el método para hacerse de buen número de boletos. Por $1 pueden conseguir dos entradas que, vendidas a precio normal —independientemente de localidad—, podrían multiplicar esa ganancia por varios números.

Pero, entonces, ¿por qué darla más cara? “Porque la gente siempre lo paga. A veces, hasta ellos mismos lo buscan a uno. Hay quienes han llegado a darnos cadenas o relojes para pagarnos”, cuenta, antes de rematar: “Una vez me quedaron $1,000 de ganancia”. No se atreve a decir si lo mismo le quedará en esta ocasión, pero sí a comentar que el próximo sábado —mientras la afición esté zocando, muchos gracias a que entraron con los boletos que le compraron— ellos estarán en otra parte: Honduras, para comenzar a preparar la reventa del choque de los catrachos ante México. A fin de cuentas, dice, “así es el negocio”.

… y los que compran

No, no nos habíamos olvidado de Arana y Meléndez. Pero el relato de López abstrae y por eso, así como poco se notan entre la cantidad de gente que ayer quería comprar una entrada, también pocos reparan en cuánto vale ir al estadio, más allá de comprar la entrada. Ninguno de los dos la compraron al mercado negro. Suficiente tienen con las cuentas que les dicen que, al viajar Arana con dos sobrinos y Meléndez con dos amigos, tendrán que invertir, al menos, $51 y $75, con transporte y alimentación incluídos.

Pero así es el salvadoreño. Siempre en la rebusca. Comprar, vender, revender. Comprar, gastar, invertir y, el día del partido, sufrir.

“La gente es fanática. Pagan lo que sea. Nosotros sacamos ganancia solo cuando se pone como ahora y se acaban en las taquillas.”

Delmy López, revendedora de boletos

¿Y la FESFUT?

Los del ojo pacho

LA PRENSA GRÁFICA intentó hablar ayer con el secretario de la FESFUT, César Saldaña, para abordar el tema de las entradas y el control sobre el mercado negro. Pidió una hora para ser abordado en las instalaciones federativas pero, llegado ese momento, se negó a atender a este medio cerrando las puertas de su oficina.