La salida de Sven Goran Eriksson como técnico de la selección mexicana de fútbol no es sorpresa para nadie. La nueva derrota en San Pedro Sula contra Honduras fue el detonante para acelerar una decisión que se tenía tomada de antemano en caso de que el equipo siguiera sin poder ganar de visitante.

Todos sabemos que la continuidad de los entrenadores depende de los resultados, sobre todo en competencias cortas. Pero al sueco lo condena también la falta de identidad mostrada por su equipo. México de local aún es fuerte, pero en lo que va de la eliminatoria se mostró más vulnerable que nunca. Y de visita es otro equipo, sin ideas claras y con una actitud equivocada de varios jugadores, entre ellos los de mayor experiencia, que le ha costado perderlos por acumulación de tarjetas o rojas directas.

Eriksson, se suponía, iba a intentar aportarle su experiencia europea a un grupo de futbolistas domésticos que juega con un nivel de autoexigencia muy bajo y a otro de hombres que ya la tienen por jugar del otro lado del charco, pero que en definitiva para la selección son también mexicanos.

Y por ahí pasa el fracaso del sueco, que se habrá podido adaptar a Portugal, Italia e Inglaterra siempre rodeado de muy buenos jugadores. En México nunca terminó de entender la idiosincrasia del fútbol y del medio que lo rodea. Fue rígido y repetitivo con sus planteos tácticos, que más que revulsivos se convirtieron en monótonos y predecibles. “El Tri” no ha ganado de visitante en toda la eliminatoria y este golpe de timón se da en el momento justo porque aunque aún falta mucho, a la selección mexicana se le va achicando el margen de error en lo que queda por jugar.