Parecía ser que el apagón voluntario durante la celebración de “60, La Hora del Planeta” podría convertirse en el causante de la victoria salvadoreña. Parecía ser que todos los focos y las candelas que se apagaron anoche en el mundo entero convergían sobre el estadio Cuscatlán, y se transformaban en una intensa llama azul, radiante. Así fue durante 87 minutos. Pero Frankie Hejduk se encargó de bajarle la intensidad a ese fulgor y dejó a todo El Salvador a media luz.
El Cuscatlán entero se quedó mudo. Una vez que el mexicano Armando Archundia decretó el final del encuentro tras dar siete larguísimos minutos de descuento, nadie aplaudió, nadie gritó. Parecía ser que nadie sabía qué hacer.
Era un empate 2-2 de aquellos que duelen. Y duelen porque se pudo ganar. Duelen porque la Azul derrochó juego, entrega, orden táctico, estrategia durante casi 90 minutos. Y se estuvo cerca de triunfar, de amanecer hoy en el primer lugar de la hexagonal final de la CONCACAF.
No se perdió, es cierto. Y todavía es más cierto que la Azul sigue invicta en la competición. Pero de seis puntos posibles en casa solo se han sumado dos. Y el miércoles, en San José, se juega ante los ticos, heridos tras la derrota 2-0 sufrida en el Azteca ante México.
La clave para poderle ganar a los gringos pasaba por soportar los primeros 15 minutos de juego. Y se logró el objetivo. Y con creces, puesto que justo al cuarto de hora, Eliseo Quintanilla ponía arriba a los nacionales tras definir de gran forma una triangulación con Rodolfo Zelaya y Osael Romero.
La visita estaba estupefacta. No se la creía. Y tampoco se la creía que, tras jugarse el primer tiempo, eran ellos mismos los que parecían los chiquitos de la región. Lucían imprecisos, sin juego por las bandas, con titubeos atrás y con su estelar Landon Donovan sometido en buena lid por Ramón Sánchez.
El gigante, entonces, era El Salvador, con sus 11 jugadores enchufados, con Cheyo de fantasía, con Castillo y Martínez cerrando las subidas gringas por las bandas, con Zelaya complicando en extremo a los centrales gringos Califf y Bocanegra, y con Mardoqueo y Marvin poniendo a raya a Ching.
Ese perfil se mantuvo durante el arranque del segundo tiempo. Y se agigantó al 72 cuando Castillo, tras perfecto pase de Zelaya, ponía de cabeza el 2-0. Sí, de cabeza, con juego aéreo, el mismo del que los gringos presumen pero que, hasta ese momento, no lo habían podido desarrollar a plenitud.
Dos minutos después del gol salvadoreño, que dejó embebido al Cuscatlán que lució sus mejores galas después de quién sabe cuánto tiempo, el portero Miguel Montes se tuvo que ir lesionado.
Y entró Juan José Gómez. “El Halcón” estaba nervioso. Y se puso más nervioso cuando el también recién ingresado Jozy Altidore ponía, al ’76 y con la testa, el 1-2. La polémica se hizo presente en esa jugada porque, previo al gol, Zelaya quedó tirado en el piso, Castillo lo auxilió y Archundia no detuvo la jugada. Estados Unidos abrió el juego por la derecha, envió el centro al área y llegó el descuento.
Las piernas ya fallaban en la Azul. Y los gringos lucían enteros. Y tan enteros estaban que metieron a los salvadoreños atrás. Y comenzaron a tirar balones al área. Los carriles eran norteamericanos. El libreto de De los Cobos se cayó.
Para colmo de males, Cheyo —quien por amarillas se perderá, al igual que Cristian Castillo, el juego contra los ticos— se tironeó y tuvo que ceder su lugar a Dennis Alas. La pelota salvadoreña, adelante, no se detenía. Se perdía fácilmente y Estados Unidos tocaba, triangulaba y metía miedo a todo el Cuscatlán.
Y la luz que se veía al final del túnel —o del apagón voluntario al que se sometió el planeta entero— dejó casi en tinieblas a El Salvador. Hejduk apareció de la nada, se metió entre todos, aprovechó la pifia de Juan José y puso el 2-2. Acostumbrados a remontar, anoche fueron los azules los que tuvieron que sufrir en carne propia lo de las hombradas. Pero los gringos, los gigantes de CONCACAF, fueron irrespetados por El Salvador.