“ Ser madre fue lo mejor que me pasó en la vida, no hay triunfo que supere eso. Desde que estaba embarazada me cambió la vida”.
Ingrid Cuéllar,luchadora 48 kilogramos
En el colchón de la vida, la disciplina, la entrega y el amor son las herramientas que utiliza la luchadora salvadoreña Ingrid Medrano Cuéllar para poner espaldas planas a los diversos obstáculos que impiden a muchas atletas abrazar el éxito después de convertirse en madres.
Para la luchadora nacional más destacada de la última década, estos tres factores adquirieron mayor dimensión después del nacimiento de su pequeño hijo Diogo, un niño muy inteligente que desde hace cuatro años es la fuente inagotable de inspiración en su vida.
En su doble faceta hay sacrificios constantes, nuevos retos y por supuesto triunfos que celebrar, pero los que más disfruta son los que puede compartir con su único retoño.
“Ser madre fue lo mejor que me pasó en la vida, no hay competencia ni triunfo que supere eso. Desde que supe que estaba embarazada me cambió la vida”, afirma la atleta cuscatleca.
No hay victoria sin sacrificio, ni esfuerzo sin recompensa, es la ley a la que están sometidos todo los atletas, pero que Ingrid ha sabido equilibrar muy bien tras 11 años de practicar este deporte.
Desde que confirmó su estado de gestación, no escatimó amor e incluso le puso pausa a la lucha por un año para dedicarse por completo a los cuidados de su bebé.
“Quería estar con él siempre e incluso puse una guardería en la casa para estar todo el tiempo con mi hijo”, relata la medallista de bronce en el Campeonato Panamericano de Venezuela desarrollado a finales de abril.
Por eso los viajes prolongados no dejan de estar salpicados de cierto sufrimiento al tener que dejar de ver a Diogo por un par de días.
“La relación de Diogo y mía siempre ha sido bien unida y uno de los primeros sacrificios es dejarlo para ir a competir”, reconoce la luchadora.
En su década de trayectoria deportiva, las dificultades de distancia también le han enseñado que la tecnología une igual que el cordón umbilical.
“Para los olimpiadas de Pekín estuve sin verlo dos semanas y el único contacto eran llamadas por teléfono y los correos electrónicos, y siempre nos mandábamos tarjetitas”, comenta.
Cuando a ella viaja, es en los abuelos en quienes deposita la confianza para dejar a su hijo. “Ellos lo cuidan, lo miman, lo llevan pescar, al parque y él no siente mucho mi ausencia.”
En su doble rol, uno de los retos mayúsculos es conseguir un trabajo que le permita estar con su hijo y mantener su rutina de entrenos.
“Después de los Juegos Olímpicos de Pekín, dejé de recibir la beca del Comité Olímpico de El Salvador, me quedé sola con la beca del INDES y tuve que buscar un trabajo que se acomodara a mi situación”, comenta al recordar el difícil período que significó trabajar en un hotel en Estados Unidos.
Con apenas cuatro años, Diogo ya dio señales de que el deporte lo trae en la sangre. “Le gusta la lucha, el judo, el fútbol y el béisbol, y cuando sea grande, me gustaría que practicara alguno”, una declaración que acompaña con un anhelo maternal. “Si él quiere seguir mis pasos y ser un luchador, está bien.”
La luchadora Ingrid Cuéllar es la segunda de tres hermanas, y como buenas hijas hoy celebrarán el día de las madres junto con su progenitora, Ángela Cuéllar. “Con ella nos llevamos muy bien y hasta hoy que he madurado entiendo muchos sacrificios que ella hizo y yo no valoraba o no me daba cuenta”, expresa la atleta, que celebrará con una cena la fecha.