Felícita Ramírez es una sencilla mujer de 55 años que se ha dedicado, con el esfuerzo de su trabajo, a la crianza de sus tres hijas y de su única nieta.
Sin reparos, la migueleña reconoce que ellas son el motor que la impulsa a trabajar bajo el ardiente sol con tal de ganar el sustento diario de su hogar.
Originaria del caserío La Cruz del cantón Placitas, en San Miguel, esta madre se siente orgullosa del papel que le ha tocado desempeñar en la vida, aunque esto signifique tener que levantarse a las 3 de la mañana para hacer las labores hogareñas antes de partir hacia San Miguel, donde vende tamales por las principales calles de la ciudad.
Se levanta en la madrugada, se asea y después hace la comida para unos sobrinos. A las 5:00 a. m., toma el bus hacia San Miguel y recorre unas 30 cuadras del centro. Regresa a la casa por la tarde, hasta que vende el último de los tamales de elote y gallina.
La vida de esta mujer no ha sido fácil, pues desde que se acompañó con el padre de sus hijas, le tocó combinar las labores domésticas con el duro trabajo del campo.
En las fincas de su pueblo natal cortó café, sembró plantas y abonó arbustos; mientras que al regresar al hogar trataba de compartir el mayor tiempo posible con sus hijas María Luisa, Leydi Floricela y María del Carmen.
En las noches, velaba sus sueños y permanecía al pie de la cama cuando alguna de ellas se enfermaba.
Cuando el esposo la dejó —hace más de 15 años—, tuvo que asumir sola las riendas del hogar y enfrentarse a un nuevo desafío: la falta de trabajo en las fincas de la comunidad.
Sin desfallecer, se unió a una amiga y junto a ella comenzó su propio negocio. Entonces decidieron que una haría los tamales y la otra saldría a la calle a venderlos.
“Hay veces que no saco ni para la comida, pero Dios siempre provee y nunca nos ha dejado desamparados”, dice la mujer, una fiel creyente evangélica.
Gracias a esto pudo darles a sus hijas el estudio que ella nunca tuvo, aunque dice que por la falta de recursos solo finalizaron el bachillerato.
Con sencillez, considera que ser madre es una bendición divina. Un papel que solo es comprendido por las mujeres que han experimentado el milagro de dar a luz un hijo.