Además de la victoria sobre México en la hexagonal, esta Azul será recordada por la milagrosa clasificación del 22 de junio de 2008.
Escrito por Denni Portillo
Parecía que ya todo estaba perdido, que el sueño mundialista estaba muerto, que habría que esperar otros cuatro años para disputar una eliminatoria, y que Panamá confirmaba su paternidad sobre El Salvador.
Cuando todo eso sucedía y el reloj casi marcaba la finalización del partido de vuelta de la segunda fase eliminatoria de la CONCACAF entre canaleros y cuscatlecos sucedió el milagro más grande que los salvadoreños habían visto en mucho, mucho tiempo.
Una escapada de Luis Anaya por el sector derecho del campo terminó con el mismo defensa probando a portería, con un tiro que se desvió en el hombro de José Martínez. El desvío terminó con la pelota en el fondo de las redes y la clasificación más increíble de la que tengan recuerdo las diferentes selecciones salvadoreñas de fútbol.
Fue ese el epílogo de una serie que -por la misma poca credibilidad que todavía tenía el proceso- muchos daban por perdida antes de iniciada. Panamá era el equipo de más crecimiento en la CONCACAF en los últimos años, y El Salvador una selección que intentaba salir de las sombras de sus últimos años.
Panamá recibió el primer encuentro. Apelando al orden, la Azul soportó 21 minutos hasta antes de cometer su único error de ese encuentro y permitir que los canaleros anotaran el tanto del triunfo, por medio de Luis Tejada.
Una anotación le bastó a Panamá para conseguir esos tres puntos, y una dosis extra de prepotencia para considerarse ya clasificados a la ronda de grupos, y para venir a El Salvador a negarse a dar una sola entrevista, a creer que acá también podrían salir celebrando un gane.
Ese 22 de junio
Pero ese 22 de junio estaba destinado a quedar marcado como una de las fechas históricas para el balompié nacional. Porque ese domingo 22 de junio, más allá del rival al que se derrotó, se dio el paso que abrió las puertas definitivas para que muchos volvieran a creer en la Azul.
Muchos, como muchos fueron los que llegaron ese día al “Coloso de Monserrat”. A tragarse el primer gol panameño, apenas a los 14 minutos, y el diluvio que se vino después hasta que terminó la primera mitad.
Pero nadie se movió. Todos se quedaron y creyeron en el milagro. Ese que se comenzó a construir sobre el minuto 69, cuando Eliseo Quintanilla anotó un soberbio tiro libre que botó el agua de las redes panameñas que, liberadas de ese peso, parecían ondear cada vez que la Azul se acercaba al área canalera.
Se llegó el ’80, la falta sobre Cheyo, el penalti y la ejecución: 2-1 y 10 minutos para anotar un gol más y clasificar a la siguiente fase.
Pero el tiempo se acababa, y el gol no llegaba. Era el masoquismo en su máxima expresión. Hasta que aparecieron Anaya y Chepe, el gol, llanto y celebración, la selección clasificada a la ronda de grupos de la eliminatoria a Sudáfrica 2010. La hexagonal estaba a un paso.